Entre Arzúa y Lavacolla median 29 kilómetros y aunque lo más lógico y prudente es hacer parada y fonda en Santa Irene u O Pedrouzo, nosotros no somos prudentes, ni mucho menos, lógicos. Observad dónde nos encontramos: En Lavacolla, de esta manera mañana nos restarán solo 12 kilómetros y podremos llegar con el tiempo suficiente de cumplir la liturgia que todo peregrino debe seguir al culminar su aventura.
La mañana comenzó tempranito, ya no hace falta que nos despierte nadie, el cansancio hace el trabajo. Después de un ligero desayuno, a las 7,15 ya estaban nuestros cuerpos dedicados a la labor obsesiva que venimos desarrollando desde hace quince días: andar, andar y andar.
Hoy no hemos tenido un rato de tregua, el calor ha sido intenso desde el minuto uno; la senda, preciosa, fragante y luminosa , aunque muy quebrada. Sube y baja, baja y sube, ¡qué horror!
Hemos parado en el lugar que guardo en mi memoria con mayor cariño. El punto en el que mi hermano peregrino JuanCar sacó fuerzas de flaqueza, para continuar en la lucha. Esta vez, no había tortillas, ni clavelitos, ni ná de ná. no obstante, las voces y los ecos de aquel día han resonado en mi cabeza durante buena parte de la etapa. Unos kilómetros más adelante, para ahogar la añoranza, nos hemos comido un tortilla buenísima.
A última hora, la etapa se nos ha hecho interminable. No llegaba nunca la meta y eso es desesperante. Cuando por fín hemos avistado el final, no había caudal ni grifo de agua que saciara nuestra sed.
Quiero hacer mención especial a mi báculo: ha sido un apoyo continuo y un manantial de energía positiva constante. No podría ser de otra forma ya que su facedor, Manolo Ruiz, el maestro bastonero de Molinos de Razón, pone el alma de artista en todas sus obras y eso se nota. Muchas gracias, Manolo.
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