Los templarios del castillo de Ponferrada nos han tocado diana floreada para anunciarnos que comenzaba la quinta etapa. Al correr las cortinas hemos comprobado que hoy el sol era dueño y señor del cielo.
Hemos abandonado Ponferrada junto a las murallas. El río nos ha guiado, entre arboles, hasta salir al campo berciano.
Hemos abandonado Ponferrada junto a las murallas. El río nos ha guiado, entre arboles, hasta salir al campo berciano.
El recorrido durante los primeros kilómetros está jalonado por huertas y más huertas, guindos con sus frutos colorados y sugerentes, flores radiantes que saludan al caminante.
La hilera de peregrinos era continua, así que, con mejor ánimo que ayer, el sol nos ha animado caminar, a reír y hasta a cantar. ¡Sí! algún que otro peregrino se arranca a cantar, con mejor o peor voz, eso no importa: lo importante es la intención.
A partir de Cacabelos el campo se vuelve viñas y el camino se empina hasta poner las piernas al límite, pero ya se sabe que, acortando el paso y el ritmo, se llega a todos sitios.
Por fin, hemos arribado a Villafranca, no sin experimentar la ansiedad del fin de etapa, que eso es fijo. Nos ha dado la bienvenida una iglesia románica y el albergue del famoso Jato.
La tarde pasará entre siestas y visitas a las iglesias de esta villa y a los templos de la birra. Algo mundano tendremos que poner a tanto recogimiento.
Hoy quiero hacer mención especial a mi querido hermano JuanCar. Hace cuatro años empezábamos él y yo la aventura del camino en Villafranca. Todo ello me ha traído muy gratos recuerdos: miraba de reojo y me parecía que te veía haciendo fotos en posiciones increíbles. Que sepas que estás haciendo el camino conmigo. Tranquilo, hay tiempo, estoy seguro de que volveremos a caminar juntos.
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