viernes, 1 de agosto de 2014

Lo prometido es deuda.

   Me marché con el compromiso de contar a la vuelta mi viaje "en busca de lo imposible". Como lo prometido es deuda, y yo suelo cumplir con mis compromisos, voy a iniciar una serie de publicaciones donde contaré mi periplo por Viena. Acompañaré el relato con fotografías, sensaciones  e impresiones muy personales sobre esta hermosa ciudad.

Aterrizaje y crucero por el Danubio.
   Después de un plácido vuelo de casi tres horas, Flyniki nos posó en tierras austriacas, buen chico este Niki. Un taxi nos trasladó al alojamiento que constituiría nuestro cuartel general en Viena.
   


   La mejor forma de comenzar cualquier viaje es rendir pleitesía  a la máxima autoridad del lugar y aquí este puesto lo tiene sin lugar a dudas, el viejo Danubio, generador de vida y causante directo de la ubicación de la ciudad.  El procedimiento más indicado es realizar un crucero entre sus aguas..
  
   

  
 Embarcados en la nave de la imagen, recorrimos durante unos kilómetros el Danubio, que no es azul, pero sí grandioso.
    En ambas márgenes se pueden contemplar edificios nuevos que, con coquetería  se asoman para verse reflejados en el río. Mientras, los vieneses entretienen la tarde acompañando el curso del río, corriendo, andando y montados en bicicleta.




  Dejamos atrás algunas embarcaciones, nos cruzamos con otras a las que saludamos a golpe de sirena  y agitando los brazos. Contemplamos con sorpresa cómo algunos cisnes se acercan al barco. ¿Serán los del lago?







   Llegados a un pequeño recodo, giramos a la izquierda y entramos en unas esclusas que son las puertas del canal que abraza a toda la ciudad. 
    Ahora el tráfico se hace más intenso y la ciudad nos arropa. Contemplamos el metro en paralelo con el canal, los edificios nuevos se alternan con edificaciones más elegantes y señoriales.
  





    Desde el barco podemos tomar el pulso a la ciudad. En verdad que los latidos son pausados e intensos. Desde la cubierta del barco se percibe sosiego y tranquilidad. 






 Llegados a la confluencia del río Viena con las aguas del canal, el barco gira en redondo y atraca en el embarcadero cercano.
   Bajamos del barco y volvemos al apartamento paseando despacio al lado del canal, esquivando peatones y bicicletas.


      Mañana será otro día. Nos esperan  los palacios imperiales de invierno y verano. Tendremos ocasión de disfrutar de la señorial elegancia de los emperadores austriacos. 
   


Fotografía: J Ruiz

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