domingo, 3 de agosto de 2014

Palacio de Schönbrunn.

  Llegamos al Palacio Imperial de verano, tras un corto viaje en metro, disfrutando de las vistas del canal, de coquetas estaciones, sin agobios, ni apreturas. 
    Desde la puerta de entrada se tiene una sensación de amplitud y de grandeza. El palacio, que parece pequeño desde lejos, se va agrandando según nos aproximamos, hasta convertirse ante nosotros en un palacio enorme y majestuoso.




  Coches de caballos hacen fila esperando a los visitantes que quieran sentirse por unos momentos como el emperador Francisco José o la emperatriz Sisi.  



 La visita se hace amena e interesante, gracias a una audio-guía con contenidos muy bien cuidados que se alejan de la pesadez habitual de estos artefactos.  
      El palacio, en general, es un fiel reflejo de los lujos y el nivel de vida que llevaban estos señores a costa de los sudores de sus súbditos.




    Terminada la visita al interior del palacio, comienza el deleite de patear la zona posterior de la edificación. 
 Zonas boscosas, jardines, fuentes, lagos, estatuas, ruinas romanas, miradores, laberintos, zoo, invernaderos,  cafetería en la glorieta, teatro de marionetas, museo de carruajes y sobre todo vistas, muchas y hermosas vistas, a izquierda, a derecha, al frente y atrás.





















   
   La visita al Palacio de Schönbrunn es tan espectacular que te hace perder la noción del tiempo y podrías pasar todo el día con el dedo pegado al disparador de la cámara.

Fotografía: J Ruiz.

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