Alfredo no sabia en esos momentos que se integraría en esa pujante migración de gallegos, asturianos, sanabreses o castellanos que acabarían por fundar las mejores tabernas y figones de la Villa. La guerra civil como a casi todos los hombres de bien, frenó sus ambiciones por un tiempo, pero Alfredo seguía teniendo las ideas claras y un instinto innato para el negocio.
El primer Brillante fue consecuencia directa, de dos bares en los que el joven leonés había trabajado anteriormente, La Joya, junto a la plaza Mayor, y El Diamante de los Cuatro Caminos.
En 1952 nace El Brillante en la calle de Eloy Gonzalo, para dar paso en 1961 a El Brillante de Atocha fiel a la filosofía de su fundador, Alfredo. Ofrecer a su parroquia precios económicos, productos de calidad y un indescriptible surtido para todos los gustos y bolsillos, desde la económica croqueta al salpicón de mariscos.
Nadie debe salir insatisfecho de El Brillante de Atocha, que tiene a gala contentar el gusto del niño más remilgado, pijo y mimado, del turista recalcitrante y desconfiado y del más veterano y exigente aficionado al tapeo y a la caña.
La oferta de desayuno completo, con churros, porras y zumo de naranja, convoca a primeras horas de la mañana a una clientela fija a la que se agregan los transeúntes ferroviarios y los amantes de la cultura, estudiantes del conservatorio con sus instrumentos bajo el brazo y jóvenes artistas con sus cartapacios.
Pero frente a todas las tentaciones de la carne y el pescado, expuestos en los cuadros fotográficos que constituyen la decoración del local, prevalece el imperio del bocadillo de calamares, que se ha ido convirtiendo en reliquia y bastión inexpugnable ante la invasión de la hamburguesa.
Para el responsable del establecimiento es un orgullo que el madrileñísimo bocata de calamares se siga despachando más que la foránea hamburguesa que sacia los apetitos adolescentes. El Brillante ha remozado su carta y su espacio, sin perder su estilo, para dar cabida y satisfacción a los nuevos clientes de cola y burger, pero la caña de cerveza, las bravas, los bocadillos y los pollos asados, que forman la base de las típicas "bolsas de viaje", siguen siendo los productos favoritos del público, un público indefinible por su variedad, un público de amplio espectro, como corresponde a un lugar de tránsito perpetuo.
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