Un lejano 20 de noviembre fallecía el dictador Francisco Franco y toda la patria tembló de miedo: unos, por si les pedían cuentas de sus actos; otros, porque llevaba temblando treinta y seis años sin parar. Fueron días de zozobra y de incertidumbre de los que salimos a flote, gracias a la generosidad de los vencidos, de los aplastados por la bota fascista, de los obreros -que a cambio de libertades y derechos, de democracia y de un futuro mejor para sus hijos- hicieron borrón y cuenta nueva .
Al fallecimiento del dictador se unió la muerte del régimen y la concepción de un nuevo país donde pudiéramos vivir todos, donde todos entrásemos.
Otro 20 de noviembre -esta vez más cercano- se asomaba al telediario un presidente de gobierno, de nombre Mariano, dando las gracias a los ciudadanos por aguantar en casa sentados, callados y resignados ante el desmantelamiento de la sociedad del bienestar y la pérdida masiva de puestos de trabajo; frente a la privatización de la sanidad y la educación; soportando la merma de libertades y derechos, sufriendo por la falta de futuro para nuestros hijos y por la huida desesperada de nuestros jóvenes, por la subida de impuestos, por la corrupción generalizada en todos los estamentos representativos y de poder, por el descrédito de los políticos y de las instituciones, por las estafas de las cajas y bancos, por la bajada de pensiones, por la falta de atención a los mayores, por conseguir espolear a los independentistas, por la desfachatez de los gobernantes, por tratarnos como a borregos y serlo, por no tener una justicia justa. En definitiva, por aguantarle a él -paradigma de la inutilidad- la tibieza, el miedo y el embuste.
Yo me pregunto: ¿Qué diferencia hay entre un 20 de noviembre y el otro? y también me contesto: Casi ninguna, tan solo una palabra, en un caso se vivía en una dictadura y en el otro se vive en una democracia dictatorial.
De nada señor presidente, pero en la próxima parada, yo me apeo.
Posdata: Lo escrito en la parte de arriba, con la nueva ley en trámite, podría constituir un delito y dar con mis huesos en la cárcel.
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