domingo, 22 de noviembre de 2015

Un día en el Camino de los Ruiz - Segunda parte.

   En la primera parte nos quedamos en:
"Por fin salimos a la calle. El viento fresco de la mañana nos acaricia la cara. Nuestro cuerpo quiere andar y hay que sujetarle para que no se desboque".

  En los primeros minutos de etapa, nos dedicamos a coger el ritmo adecuado -ni demasiado rápido, ni demasiado lento-, el camino ya nos impondrá los cambios que sean menester. Una vez acoplado el cuerpo al camino y los engranajes girando, hay que   intentar disociar el cuerpo de la mente: el cuerpo dedicado a la misión puramente mecánica; la mente, revoloteando entre las copas de los árboles y analizando situaciones, resolviendo problemas irresolubles, pensando y pensando hasta en lo impensable... Estos son momentos de gran creatividad, puede parecer que no andas, sino que vuelas.
   En este estado, los cinco sentidos están muy sensibles a registrar olores, paisajes, sensaciones, sabores, ruidos, belleza, relaciones... Ellos solos logran que nos olvidemos del dolor, del esfuerzo, de la fatiga y de la ansiedad por terminar la etapa. 
  Pasadas tres horas, sobre las 10 de la mañana, es conveniente parar a recuperar energías,  de forma ligera. Tomamos un café y algún bocadillo o frutas y, sin dar tiempo a que se enfrié el cuerpo, volvemos al camino.
   Ahora, si no se cruza algún monumento, iglesia, paisaje, animal o ser sobrenatural, continuamos nuestra caminata  hasta las 12:30 o 13, hora de finalizar el trabajo del día, si es una etapa corta. En el caso de que sea una etapa intermedia, es el momento de recargar las pilas. Por el contrario, si es una de esas etapas largas, hay que comer otro poco para afrontar las últimas horas, hasta terminar, cuando den las cinco o las seis de la tarde, ya exhaustos. 

   Sea la etapa como sea, en los últimos kilómetros siempre se experimentan sensaciones muy parecidas: el cuerpo y la mente empiezan a revelarse. La mente flaquea por la ansiedad de llegar y el cuerpo protesta por querer reposar. En este punto es necesario concentrarse en el objetivo y no pensar  en lo que falta. Es un rato duro, pero al final se pasa, cuando se llega al destino.  
 Invariablemente, en nuestra cabeza resuenan palabras de júbilo: ¡Conseguido! ¡Otra etapa! ¡Hemos sido capaces!
   Después de la ducha reparadora y de  una buena comida, la relajación que embarga al cuerpo es inmensa. Se impone una buena siesta  precedida de la aplicación de pomadas, pastillas y demás brebajes necesarios para aliviar dolores y lesiones.
    Sobre las 7 de la tarde es conveniente un paseo para estirar las piernas y romper los cristalitos musculares. Una visita al lugar, una cervecita tonificante y alguna que otra charla con otros peregrinos o lugareños es lo conveniente en este tramo del día. 
 No más tarde de las 8 o 8:30 llega la cena tan ansiada, preludio del merecido descanso nocturno.
  Momentos antes de acostarnos, preparamos la ropa del día siguiente, dejamos enjaretada la mochila y nos tomamos la pócimas mágicas.Es el momento de hablar con la familia, escribir apuntes, revisar fotos, rememorar situaciones, reír un rato y, casi sin darte cuenta, meter el cuerpo en la cama.
   Antes de dormir y con la tv como somnífero, se impone el último repaso a la maquinaria. He de decir que esta última revisión siempre es incompleta, pues el sueño, poderoso caballero, nos vence enseguida en el empeño.

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