Son las 5 de la mañana, me despierto y despacito acerco el otro pie a la ampolla, para comprobar si duele, pero como no queriendo despertarla.
¡Duele! ¡Duele! Está allí y está despierta.
¡Duele! ¡Duele! Está allí y está despierta.
¿Qué tal estás, ampolla? ¿Me vas a dejar andar?
"Mira, ampolla, luego, a las 6:30, tenemos que salir andando. Tenemos treinta y tantos kilómetros por delante y sé que vamos a sufrir, pero piensa en que luego, a las 15:00, te voy a lavar con agua caliente, te secaré y curaré con agua oxigenada, mercromina y muchos mimos. Te pondré un calcetín acolchado y una zapatilla blandita, ¿vale?
"Mira, ampolla, luego, a las 6:30, tenemos que salir andando. Tenemos treinta y tantos kilómetros por delante y sé que vamos a sufrir, pero piensa en que luego, a las 15:00, te voy a lavar con agua caliente, te secaré y curaré con agua oxigenada, mercromina y muchos mimos. Te pondré un calcetín acolchado y una zapatilla blandita, ¿vale?
Ahora, hasta que suene el despertador, vamos descansar. Yo te mando toda mi fuerza para que todo se coloque a su sitio.
¡Tenemos que aguantar, ampolla! No me vas a dejar en la cuneta, ¿verdad? Esto es un reto de todo el cuerpo y tú también tienes algo que ver en ello".
¡Tenemos que aguantar, ampolla! No me vas a dejar en la cuneta, ¿verdad? Esto es un reto de todo el cuerpo y tú también tienes algo que ver en ello".
A las 6:30 la ampolla esta embutida en el calcetín y una bota bien atada y ajustada para que no se mueva fácilmente.
En silencio hablo a la ampolla para animarla. "Vámonos ampollita; intentaré no pisar las piedras de punta y buscaré la parte del camino más blandita y así sufriremos menos los dos. Solo nos quedan 7 u 8 horas, ¿qué es eso para nosotros? En peores plazas hemos toreado, ¿verdad?"
Comienza la etapa y pongo la mente en blanco, me concentro para que el cuerpo mande la fuerza y los analgésicos en forma de endorfinas a la zona de la ampolla. No sé si lo consigo, pero parece que me duele menos.
El cuerpo se pone en marcha y, poco a poco, consigo que la ampolla no duela. Voy deprisa y sé que no puedo parar; si paro, sufrire más al volver a caminar.
A las 11 de la mañana, primera parada: 16 o 17 km recorridos, solo nos quedan 18 o 19 km. Esto está a nuestro alcance. ¡Vamos, ampolla!
Después de comer y beber algo, en pocos minutos volvemos a reactivar el pie. Durante media hora sufrimos de lo lindo, pero poco a poco, el pie queda narcotizado y no paro de hablar con la ampolla.
"¡Vamos! ¡Venga! Tú puedes, ampolla, luego te recompensaré."
La última hora de etapa es un sufrimiento extremo. Cada guijarro que cae debajo de ella me produce un dolor agudo, como si me clavaran un clavo. Me duele la cadera, el tobillo, el muslo, todo por evitar el sufrimiento a mi ampolla.
Por fin, a las 15:00 horas llegamos a meta. Libero a mi ampolla de la bota y del calcetín, y el baño de agua caliente me recupera, pero la verdad es que no puedo dar un paso y ahora mismo pongo en duda la próxima etapa.
Pero estoy seguro de que mañana por la mañana la ampolla y yo estaremos en la salida. Ella y yo estamos juramentados para llegar al final. ¡Lo vamos a conseguir!
Pero estoy seguro de que mañana por la mañana la ampolla y yo estaremos en la salida. Ella y yo estamos juramentados para llegar al final. ¡Lo vamos a conseguir!
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