Salida de Vitoria con un tímido y anémico sol, que no consigue vencer al frío nocturno, propio del otoño.
Nada más sobrepasar la primera cadena montañosa, un mar de nubes aparece a nuestros pies. Debajo de esa masa de algodón está nuestro destino, Laguardia.
Laguardia nos recibe como si la niebla se hubiera llevado a sus habitantes: calles vacías, tiendas abandonadas, hasta la iglesia con su gran tesoro está cerrada.
A medida que el sol va venciendo su batalla a la niebla, el pueblo parece que va recuperando el pulso. Se abre la iglesia y nos permiten asombrarnos con su portada románica. Una maravilla.
Las calles se animan, los lugareños se confunden con los visitantes intentando adquirir los productos que las tiendas ofrecen. La gente se mueve con ligereza como si de un momento a otro, la niebla pudiera cambiar el rumbo del combate y paralizara la población.

Abandonamos Laguardia entre viñedos semi vendimiados, con una variedad de colores impresionante. Ahora este colorido del viñedo se me asemeja a la policromía del pórtico de la iglesia.
Fotografía: J Ruiz














































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