miércoles, 28 de junio de 2017

Carta abierta a mi hija

   Este post me resulta difícil de escribir. No es fácil escribir a corazón abierto. Pero tengo la necesidad de hacerlo.
     Nunca he presumido de nada y menos de ti.   La verdad es que lo he podido hacer y sobre todo de ti. Motivos me has dado de sobra. Motivos académicos, profesionales y, sobre todo, personales.

   Me he cansado de escuchar a diestro y siniestro, alabanzas, halagos y parabienes dirigidos a personas de tu entorno, mientras yo me he mantenido en silencio o, tan solo, he hablado de pasada de tus hechos, de tus logros, tal cual, sin lanzar las campanas al vuelo, sin poner titulares en letras grandes. 
   A veces he pensado que podrías sentir que no valoraba  lo suficiente tu capacidad intelectual y personal. Si alguna vez  has albergado esa duda -no lo creo así-, te diré que sé perfectamente de tu esfuerzo, de tus sacrificios, de tu entrega. Conozco qué tipo de persona eres.  
  Hoy voy a romper un poco, solo un poco, mi silencio entorno a ti. Voy, no a presumir, sino a hacer pública mi admiración hacia ti. 
     Sé perfectamente que te levantas a las 6 de la mañana, te vas a trabajar. En el transporte público vas leyendo el temario de oposiciones. Vuelves a las cinco a casa y tres días a la semana das clases a tus chicos y el resto de días te dedicas a preparar temas y exámenes.  
    Cuál fue mi sorpresa cuando nos comunicaste que ibas a  dedicar parte de tus vacaciones, de tus ansiadas vacaciones, a colaborar con la Fundación Aladina, en el  campamento de Irlanda para niños enfermos de cáncer; que ibas a poner tus conocimientos profesionales y tu corazón al servicio de los demás de forma desinteresada.   
   Yo siempre he estado muy orgulloso de ser tu padre y de poder disfrutar de una hija como tú. Ahora tengo que unir a todo eso mi admiración hacia tu persona  por ser tan humana, tan profundamente humana.

                                 Un beso, hija.            
   

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