miércoles, 31 de enero de 2018

Leyenda. La Maldición de Laurinaga. Fuerteventura

Resultado de imagen de imagen de laurinaga   Cuenta la leyenda que el  señor de la isla de Fuerteventura (S. XV), D. Pedro Fernández de Saavedra, era un caballero bravucón y pendenciero que, nada más pisar tierra guanche, comenzó a tener aventuras con las hermosas lugareñas. De estas esporádicas relaciones, nacieron una sarta de hijos ilegítimos. No obstante, según los convencionalismos de la época, hubo de casarse con una mujer de buena familia. La escogida fue Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, con la que tuvo catorce hijos.

Resultado de imagen de imagen de laurinaga   Uno de estos hijos fue D. Luis Fernández de Herrera, quién heredó los atributos físicos de su padre y su egotismo. También dado a los escarceos amorosos, seducía a las indígenas que lo admiraban como a un héroe. Y sería una de ellas su perdición. Una atractiva guanche, bautizada como Fernanda, fue su objeto de deseo durante meses.
    Ésta no accedía a sus deseos, pero temerosa de posibles represalias, aceptó a acompañar a D. Luis a una cacería de su padre. Durante la jornada, aprovechó para llevársela a otro lugar, lejos de miradas indiscretas. Sin embargo, al intentar abrazarla, ésta se asustó y empezó a pedir ayuda. Pronto el resto de los asistentes a la cacería se percataron de la ausencia de los jóvenes.
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  Aunque la comitiva acudió presta al lugar de donde provenían los gritos, un lugareño se adelantó y, por intentar defender a Fernanda, D. Luis desenvainó un cuchillo y el guanche se lo arrebató hábilmente.

   Pero, justo en ese momento, aparecía el padre de éste, D. Pedro Fernández de Saavedra, quién con su caballo, aplastó al campesino muriendo éste en el acto.

  De entre los árboles salió una anciana indígena , la madre del aquel pobre labrador, miró a los ojos a don Pedro y reconoció a aquel joven que le había seducido en su juventud y también reconoció al padre del muchacho que acababa de morir.
   Elevó los ojos al cielo, y dijo en voz alta:
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"Yo soy Laurinaga, y ese cadáver es de tu propio hijo", para después maldecir con voz temblorosa a toda la tierra de Fuerteventura.

   Se cuenta que desde aquel momento empezaron a soplar los vientos ardientes del Sáhara, las flores se quemaron y la vegetación desapareció.  La isla se convirtio en un desierto que, dicen los antiguos, acabará desapareciendo bajo la maldición de Laurunaga 

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