Cuenta la leyenda que una familia de adinerados genoveses apellidados Lercaro, vivian en La Laguna. Era una familia de comerciantes que llegaron a Tenerife tras su conquista. Francisco Lercaro de León, su mujer Catalina Justiniani y Justiniani y su joven hija Catalina eran los componentes de tan señala familia.
Don Francisco Lercaro persona de normas muy estrictas y para el cual, el dinero y la posición social era lo más importante en su vida.
Debido a esto obligó a Catalina a casarse muy joven con otro adinerado cacique de la isla, un hombre de muy avanzada edad y conocido por su despotismo y comercio de la venta de esclavos. Francisco Lercaro deseaba recibir una dote millonaria y así evitaba que quedase soltera y perdiese esa dote.
La joven Catalina no quería a aquel hombre, le causaba asco y solo con escuchar oír su nombre, un tremendo sentimiento de repulsión y dolor le recorría su corazón.
El día de antes de su boda, se dirigió a su hija para recordádselo y para que fuese preparando ya el vestido de boda que le ha habían hecho a medida. Tras abandonar su padre las estancias de la joven, se hundió en una profunda depresión. Sin saber qué hacer corrió, desesperada a su habitación y se encerró en ella.
Catalina pasó horas y horas llorando sobre su cama. No abrió ni aún ante la insistencia de sus padres los cuales al final desistieron de entrar en su habitación creyendo que ya se le pasaría. Entre llanto y llanto, la joven se quedó dormida sobre su cama y cuando despertó se dio cuenta que era noche cerrada y, por el silencio, supuso que todos en la casa estaban durmiendo.
Con una tristeza imposible de describir, se levantó como un alma en pena y corrió descalza por los largos pasillos de madera de su casa intentando huir pero sin saber a dónde. Corría como una poseída en la oscuridad de la noche y con la bata blanca de dormir parecía más un fantasma que la preciosa joven que era.
Cegada por la impotencia y la pena, bajó las escaleras que conducen desde la cocina hasta uno de los patios intentando encontrar una la salida de la casa pero los sirvientes y su padre tenían las llaves de la vieja cerradura muy bien guardada. Entonces, en un arrebato de desesperación, decidió quitarse la vida arrojándose al viejo pozo que estaba en el patio. Cuentan que en aquel momento un silencio triste, lúgubre y amargo se apoderó de la vivienda.
Con los primeros rayos de luz la casa comenzaba a recobrar movimiento. En la cocina los sirvientes, como todos lo días, comenzaban a preparar el desayuno de sus señores. Cuando una de las mujeres encargadas de la cocina bajó al patio para sacar agua del pozo notó algo extraño al tirar el cubo a las profundidades y tras intentar mirar en la oscuridad observó que algo flotaba en el fondo. Su garganta lanzaría un grito desgarrador... ¡¡ NIÑA CATALINA !! ... había reconocido en el fondo el traje que solía utilizar a diario. Catalina Lercaro flotaba boca arriba con la mirada mirando hacia el cielo.
El padre bajó corriendo de sus aposentos asustado por los gritos y sin saber qué ocurría. Al llegar al pozo y ver los llantos de los sirvientes, su rostro palideció. La familia quedaría sumida en una honda tristeza tras el descubrimiento.
Tras negociar con el obispo varias veces y tras intentar infructuosamente arreglarlo con alguna suculenta dádiva a la iglesia, el padre de la joven recibió la negativa de la iglesia a enterrar en campo santo a su hija por ser víctima de suicidio. Tras regresar a su casa decidió darle sepultura uno de los patios interiores de la propia vivienda.
A las pocas semanas los sirvientes de la casa comenzaron a rumorear que por los pasillos veían sombras, escuchaban pisadas y oían ruidos extraños, incluso una de las mujeres, encargadas de preparar las camas y limpiar los dormitorios, afirmó haber visto a la difunta Catalina recostada en la que fue su lecho. En otra ocasión una de las jóvenes del servicio fue al pozo a recoger agua para preparar la comida cuando al asomarse a la boca del pozo se encontró con la sorpresa de que el agua se había teñido de rojo al tiempo que tras ella se le apareció el espectro de la difunta.
También estos hechos insólitos les ocurrió a los padres de Catalina. Como la situación en la casa ya era insostenible decidieron cambiar su domicilio al norte de la isla y se mudaron al Valle de La Orotava fijando allí su nueva residencia.
Una vez instalados en la nueva casa, los fenómenos extraños no volvieron a reproducirse en ella.
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