jueves, 6 de diciembre de 2018

Leyendas. La Princesa Ico. Lanzarote

Imagen relacionada    Cuenta la historia envuelta en leyenda que en  XIV.  Una tormenta hizo embarrancar al navío del español Martín Ruiz de Avendaño en la costa de Lanzarote. 
    El marino disfruto durante seis meses de la hospitalidad de Zonzamas, el gran rey de Lanzarote. Cuentan que hubo otra razón para quedarse tanto tiempo allí y no fue otra que Fayna, la sublime esposa de Zonzamas.
    Martín Ruiz de Avendaño salió de nuevo a la mar. Nunca más se supo de él pero, a los cuatro meses de su partida, Fayna dio a luz una niña. Se le puso de nombre Ico y pronto se vio que era una princesita rubia y de piel blanca, lo cual alimentó los rumores entre los lanzaroteños. 
   Los avatares del destino quisieron que Ico casara con su hermano Guanareme, otro hijo de Zonzamas.  De este matrimonio nació Guadarfia que a la muerte de su padre le tocaba reinar.
Resultado de imagen de leyenda de ico imagen   No obstante Atchen, un pariente cercano, también reclamaba el trono. Éste administraba una dilatada región de Lanzarote y tenía tantas relaciones importantes como poder entre los guerreros. Además, Atchen sostenía que Ico no era hija de Zonzamas, sino fruto de la relación de la reina con aquel extranjero. Por tanto, su hijo Guadarfía tampoco descendía directamente de Zonzamas y no le correspondía subir al trono de madera legítima.
   El consejo o tagoror de ancianos se reunió y, como suelen hacer los sabios para salvar sus espaldas cuando no saben qué decisión tomar, dejaron la resolución del problema en manos de la suerte o de sus divinidades. El consejo decidió, pues, que Ico debía someterse a una prueba sobrenatural, para comprobar su ascendencia real.
Resultado de imagen de leyenda de ico imagen    Llevaron a Ico y a sus tres damas de compañía a una cueva. Cuando la reina estuvo en la entrada de la gruta, miró al gentío y pudo distinguir algunos rostros queridos, cubiertos de lágrimas, como el de su hijo Guadarfía. Solo su vieja matrona se atrevió a contravenir las normas y acercarse a ella para abrazarla. Un anciano hizo una seña y un par de hombres apartaron suavemente a la vieja para que el acto continuara. Aparentemente fuerte y segura de si misma, Ico entro en la cueva, seguida de sus compañeras. Delante de la gruta, se amontonaban ramas verdes. Las cuatro mujeres penetraron en aquel agujero y un guerrero encendió una hoguera sobre la que fue depositando el ramaje verde. Se produjo una gran humareda. Con hojas de palmera, dos hombres abanicaban el humo hacia el interior de la cueva.
Imagen relacionadaLas mujeres encerradas comenzaron a sentir que les picaban los ojos y la garganta. Por fuera, el pueblo esperaba con expectación el resultado de la prueba: si Ico no muriera asfixiada, sería la demostración de que la sangre que fluía por sus venas era sangre real. Después de poco tiempo, se oyeron los gritos de las mujeres. Luego, una tos ahogada. Al final, los sonidos que provenían de la cueva se debilitaron y se extinguieron. Sin embargo, todavía la hoguera continuó encendida y los verdugos siguieron enviando humo hacia el interior.
   Mucho rato más tarde, apagaron el fuego y los ancianos del consejo penetraron en la gruta. Delante de ellos, en el suelo, se encontraban tumbados los cuerpos sin vida de las tres compañeras de Ico. Su postura era retorcida y sus ojos continuaban muy abiertos por el terror y la agonía. Más adentro, apoyada en la pared de la cueva, se hallaba Ico, ennegrecida por el humo. Sus ojos eran dos ascuas que miraban a los viejos. Sin pronunciar una palabra, dio algunos pasos tambaleantes. 
Imagen relacionada   Rechazó cualquier ayuda y, lentamente, salió de la cueva con la cabeza levantada, parpadeando. Atardecía y la luz de la puesta de sol bañó su figura renegrida. Se acercó a su hijo Guadarfía, el nuevo rey de la Isla, y lo abrazó. La multitud, reunida delante de la cueva, estaba delirante de júbilo ante el prodigio que acababa de realizarse ante sus propios ojos.
   Cuentan las malas lenguas que la anciana mujer había  entregado una esponja marina, mojada en agua, para que se la pusiera en la boca para respirar a través de ella cuando comenzara a entrar el humo.
   Así, Ico pudo salvar su vida y el trono de su hijo.

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