En tierras de Zamora, vivía un apuesto leñador comprometido con una bella doncella, tan bella como pobre. En un viaje por la comarca, para vender su leña, conoció a otra doncella y se enamoró mo de ella, si no de su dinero.
La ambición hizo que el apuesto leñador abandonara a la pobre doncella, causando en ella un inmenso dolor.
La ambición hizo que el apuesto leñador abandonara a la pobre doncella, causando en ella un inmenso dolor.
El día ante de su boda con la fortuna, el leñador se internó en el bosque con la intención de cortar un árbol para preparar un ato de leña con el cual calentar su nuevo hogar.
Según caminaba por la espesura, observaba atentamente cada árbol para elegir el más apropiado para su propósito. Por fin, uno llamó su atención y se dispuso a iniciar su trabajo.
Dejo el almuerzo en una piedra, quito la funda al afilado hacha, se coloco delante del árbol y dió el primer hachazo. De inmediato soltó el hacha del susto, le pareció haber oído que el árbol se quejaba.
Una vez recuperado y pensando que era imposible, volvió a darle otro hachazo y el árbol se quejó de nuevo.
Sin haberse repuesto del susto el leñador, sonó una voz muy suave que le dijo:
«Soy una doncella que estoy encantada dentro del árbol y que para desencantarme tienes que ir al remanso de un río cercano, bajo cuyas aguas tiene una anjana su morada, a quien llamarás
dando con un palo en el agua».
El buen hombre, movido por la compasión que le inspiró aquella doncella, y más bien por el amor de las riquezas que le había ofrecido si la desencantaba, se fue sin perder tiempo hacia el remanso y lo hizo todo como le indicó la joven. Llegó al remanso y después de llamar con el palo en el agua, salió la anjana que le dijo estas palabras:
«En una cueva entrarás y anda que te andarás,
una flor roja encontrarás y así la desencantarás».
El mozo entró en una cueva que había próxima y andando por ella pasó el día y la noche y la flor no aparecía. Quiso salir de allí y no encontró la salida; recuerda entonces las riquezas ofrecidas por la doncella y el egoísmo y la ambición le animaban a seguir con afán andando por la cueva en busca de la flor.
Pasaron días y días y en las tinieblas perdió la noción del tiempo: no sentía ni sed ni hambre, tenía ya las ropas destrozadas y barbas largas. Por fin un día encontró la flor suspirada y, loco de alegría, salió de la cueva e inmediatamente marchó a su pueblo a ver a los suyos.
Llegó a casa de sus padres, llamó a la puerta y salió a abrirle un hombre que le preguntó lo que quería. Extrañado por la pregunta, le dice que no gaste bromas, que aquella es la casa de sus padres que había estado unos días fuera y que volvía ahora; pero el desconocido seguía sin conocerle, ni a sus padres ni a ninguna de las personas de que le hablaba.
Desconcertado el hombre por este recibimiento, se fue a casa de la novia con quien iba a casarse antes de entrar en la cueva y por más que dijo quién era tampoco le conocían y ni él recordaba ninguna de cuantas personas veía.
Pasaron días y días y en las tinieblas perdió la noción del tiempo: no sentía ni sed ni hambre, tenía ya las ropas destrozadas y barbas largas. Por fin un día encontró la flor suspirada y, loco de alegría, salió de la cueva e inmediatamente marchó a su pueblo a ver a los suyos.
Llegó a casa de sus padres, llamó a la puerta y salió a abrirle un hombre que le preguntó lo que quería. Extrañado por la pregunta, le dice que no gaste bromas, que aquella es la casa de sus padres que había estado unos días fuera y que volvía ahora; pero el desconocido seguía sin conocerle, ni a sus padres ni a ninguna de las personas de que le hablaba.
Desconcertado el hombre por este recibimiento, se fue a casa de la novia con quien iba a casarse antes de entrar en la cueva y por más que dijo quién era tampoco le conocían y ni él recordaba ninguna de cuantas personas veía.
Asustado el hombre de lo que le ocurría sin conocer a nadie y todo nuevo para él, volvió al día siguiente al remanso a decir a la anjana que ya había encontrado la flor roja que buscaba.
Salió la anjana y le dijo estas palabras:
«Bien lo penaste, bien lo penaste
por una doncella a quien olvidaste».
Habían pasado cien años y el leñador había sido castigado por la anjana por dejar a la bella y pobre doncella por las riquezas de otra mujer a la que no quería.
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