Cuenta la leyenda que un pirata gaditano dejó su ciudad y a su mujer en busca de uno de los tesoros más grandes de la época. Después de muchos años lo consiguió pero a la vuelta, náufrago en una isla desierta.
El pirata pasó varios años en aquella isla, acordándose todos los días de su tacita de plata y de la belleza de su mujer, lamentándose de su viaje. Le atemorizaba pensar que su esposa le hubiera dado por muerto y, en consecuencia, encontrado a otra persona.
Al pirata le atormentaba el recuerdo de la despedida de su mujer.
" Ella le suplicaba que se quedara con ella porque no quería recompensa ninguna. Discutieron y llegaron a un trato: ese sería su último viaje y traería tanta riqueza que la enterraría en oro."
Al cabo de los años, el pirata fue rescatado por un barco mercante que fondeo en la isla. Volvió a Cádiz y obtuvo la mejor de las sorpresas como respuesta. Su mujer le seguía esperando en el muelle. Cada día, desde siempre. Para el pirata fue tan increíble y tan bonito que quiso recompensar esa fidelidad de alguna manera.
Construyó una casa en forma de barco: con un torreón desde el que se podía ver toda la ciudad de Cádiz, grandes ventanales para sentir la brisa del mar e, incluso, mandó fabricar un pequeño timón con el que poder simular sus fantasías y así navegar en su imaginación. Cuando terminaron de construir la casa, la mujer contrajo una grave enfermedad que la consumió en poco tiempo. El pirata sentía tantísimo dolor que la enterró en oro, cumpliendo así su promesa.
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