El Parque Calero es el pulmón verde del barrio de la Concepción. De siempre existió esta zona arbolada, incluso en tiempos del dictador, estaba cerrada y custodiada por un guarda de esos de chaqueta y pantalón de pana, sombrero con crespón y bandolera de cuero cruzada. El teniente Gerard, como se le conocía entre la chiquillería de los años 60/70, por su mala leche y cara avinagrada.
Hasta hace unos años la parte central del parque estaba ocupada por improvisados campos de fútbol donde se masticaba la tierra y te jugabas un balonazo si te aventurabas por allí.
Con la construcción del polideportivo, el parque fue ajardinado y se colocó la fuente que nos ha traído hasta aquí.
Con la construcción del polideportivo, el parque fue ajardinado y se colocó la fuente que nos ha traído hasta aquí.
A la fuente los vecinos del barrio la conocen como la fuente de las bolas o de las pelotas. Los madrileños somos así.
Al encontrarnos en un barrio obrero, aunque algunos no terminen de reconocerlo, la fuente es, digamos, una fuente obrera. Toda ella chapada en gres marrón, como el que tenemos en los suelos de nuestras casas.
Se compone de dos cuerpos ovalados, uno dentro del otro, de este último sobresalen ocho bolas de piedra colocadas en dos filas de a cuatro.
De las bolas de piedra brotan chorros de agua con intención de alcanzar las copas de los árboles, aunque pronto caen sobre la primera bañera, que se desborda sobre la segunda y vuelta a empezar.
Con este trajín, se produce un ruido refrescante de agua y una corriente de aire que, en pleno verano, se agradece y de qué manera.
La fuente en sí, a primera vista, es fea y algo ordinaria, pero cuando te integras en el parque y en el barrio se aprende a apreciarla y hasta llega a ser encantadora.
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