El padre solo tenía ojos para ella y seguía regalándole espejos y más espejos, consiguiendo en poco tiempo una gran colección. Eran grandes, pequeños, labrados, lisos, con adornos, simples y de todos y cada uno de los lugares del mundo en los que había estado el capitán.

El capitán regresó de su viaje y se topó con la noticia más dolorosa que un padre puede recibir: su amada hija había muerto, incapaz de superar una grave enfermedad, según su esposa.
El padre no podía creer la muerte de su niña y pasaba los días con la cabeza perdida, hasta que al poco tiempo observó que en los espejos se reflejaba la imagen de su hija fallecida y la escena del envenenamiento. Hizo que su mujer confesara el crimen y la entregó a la policía para que pasara el resto de sus días en la cárcel. Tras esto, el capitán abandonó la casa, para no volver nunca.
Hoy en día es una vivienda de lujo y tiene otros habitantes pero, según varias personas que han estado en su interior, han sentido escalofríos viendo que no se reflejaba su propio rostro en los espejos de la habitación.
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