Pórtico de las Angustias en una fotografía de 1858. / Charles Soulier |
Cuenta la leyenda que allá por el año de 1581, llegan a Cuenca los escultores Giralte de Flugo y Diego de Tiedra a realizar unos trabajos en el convento de los Descalzos. Giralte había prometido no trabajar más como imaginero de templos cristianos por haber muerto su hijo, de veinte años, cayendo de un andamio cuando trabajaba a gran altura en una iglesia. Tras el largo y sinuoso camino se sentaron a descansar a la sombra de un gran álamo que estaba en el atrio del convento de los Descalzos.
De pronto se desencadenó una gran tormenta. Parecía como si los empinados riscos de la Hoz fueran a desgajarse sobre él. Diego de Tiedra fue a resguardarse de la tormenta junto al convento, pero Giralte, entre horribles blasfemias, se negó a seguir a su compañero. ¡Antes moriría cien veces que buscar asilo en sitio sagrado!, se decía para sí Giralte, que se había hecho luterano a consecuencia de la muerte de su hijo.
La tormenta arreciaba y una chispa eléctrica cayó sobre el álamo, derribándolo sobre el suelo y arrastrando el cuerpo de Giralte. Los frailes del convento salieron y recogieron el cuerpo exánime del imaginero blasfemo, que se fue recuperando durante unos días, invitándole los religiosos a entrar en la iglesia, tras convencerlo durante bastante tiempo, y al entrar y ver a la Virgen de las Angustias con su Hijo en brazos, dijo gritando emocionado: -¡Es ella! ¡Es mi hijo! ¡Mi esposa con el cuerpo de mi hijo en brazos!
El imaginero, tras su reconversión, se despidió de Diego de Tiedra y entró en el convento y “como recuerdo de gratitud al milagro doble de su salvación, labró la cruz de piedra”.
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