Cuando en el antiguo Egipto se cerraba la tumba de un faraón o de una persona importante, se sellaba con tierra, bloques de piedra y además con conjuros cargados de desgracias para los que se atrevieran a perturbar la paz del muerto.
De todos es sabida la leyenda de la maldición que pesaba sobre la tumba de Tutankamón y cómo varios exploradores, que participaron en el descubrimiento de la tumba, murieron poco después, algunos en circunstancias extrañas.
Conocido también es el interés por todos estos asuntos esotéricos y seudoreligiosos de los dirigentes fascistas del siglo XX.
Con estas dos premisas no hace falta pensar mucho, tan solo hay que revisar los hechos y las consecuencia que se han ido produciendo en los últimos seis meses.
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