El abuelo acostumbraba, todas las noches , a encerrase en una misteriosa habitación para contar sus doblones de oro.
La vida continuo así hasta que el anciano cayo enfermo, antes de morir, tan solo pudo decir a su nieta dos palabras: “bargueño y oro”.
Desde ese día Sara registraba el caserón obsesionada en encontrar el tesoro que creía que encerraba.
Tal era la obsesionó que sucia y despeinada casi se había convertido en una especie de bruja apegada a esos viejos libros.
Una tarde, al sacar varios libros, vio detrás de las estanterías un pasadizo. Pasó a través de él hasta una sala donde había cientos de bolsas de onzas de oro y un cofre repleto de joyas, cuya llave se guardaba en el bargueño.
Tras encontrar el tesoro, se trasladó a la casa familiar para poder contar el oro y ponerse las joyas del cofre.
Quiso el destino que un día de gran tormenta, se derrumbaran los muros del caserón, con Sara en su interior. Al cabo de un tiempo como los vecinos no vieran aparecer a Sara, la creyeron muerta por la avalancha y la cueva fue tapiada, quedando Sara encerrada en su interior entre sus tesoros.
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