Cuenta la leyenda, que fue el apóstol Santiago quien trajo la estatua de la Virgen desde Tierra Santa cuando vino a predicar. Fue uno de sus discípulos, San Calocero el que la depositó en la Iglesia de Santa María, primera iglesia de la ciudadela, situada en la calle Mayor enfrente de lo que hoy es Capitanía General.
A la llegada de los musulmanes a la península, la estatua se ocultó en un lugar secreto para evitar que pudiera ser robada o profanada por los invasores. A los lados de la figura dejaron dos
cirios encendidos y sellaron el escondite.
La historia de la talla escondida pasó de boca en boca a lo largo de los años y de los siglos, hasta que la ciudad fue recuperada por el rey Alfonso
VI. El rey quiso recuperar la talla, pero aunque los madrileños sabían
de su existencia nadie conocía el lugar exacto del escondrijo.
Alfonso VI encolerizó y juró que si la talla no se encontraba por las buenas mandaría derribar las murallas de la ciudad y todo lo que hiciera falta hasta encontrarla.
Alfonso VI encolerizó y juró que si la talla no se encontraba por las buenas mandaría derribar las murallas de la ciudad y todo lo que hiciera falta hasta encontrarla.
El 9 de noviembre, cuando ya se agotaba la paciencia del monarca, se organizó una
gran procesión por la ciudad. Cuando el cortejo pasaba por la Cuesta de la Vega alguien dio un grito y el desfile se detuvo de golpe. Ante sus ojos, la muralla empezó a
resquebrajarse hasta que se pudo ver la talla de la Virgen y los dos cirios encendidos.
Así fue como la ciudad recuperó la venerada imagen y el porqué que la festividad de la Almudena se celebre el 9 de noviembre.
Aquella talla original se perdió posteriormente y en su lugar tenemos otra realizada en el siglo XVI que se conserva en el crucero de la Catedral.
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