En la casa de D. Gervasio Cid, se guardaba desde el siglo XVI una talla de un Cristo crucificado.
La casa era conocida en la localidad por "la Casa de los Frailes", pues en dicha casa se hospedaban los frailes del Castañar cuando venían en su labor evangelizador a la villa.
La casa era conocida en la localidad por "la Casa de los Frailes", pues en dicha casa se hospedaban los frailes del Castañar cuando venían en su labor evangelizador a la villa.
La talla se encontraba en un estado deplorable debido a la acción demoledora del tiempo. Ni los propietarios, ni los huéspedes se fijaron nunca en la escultura, aunque solo fuera por el mínimo respeto.
Llegada la Semana Santa, se hospedaron como era costumbre, los frailes traídos para oír de sus labios la doctrina de Jesucristo.
Paseaba un fraile por la habitación intentando montar sus sermones sin dirigir ni una mirada a la imagen, por una ventana se observaba como la naturaleza se asociaba a la tristeza de la Iglesia Católica, con nubes, frío y viento. El padre franciscano continuaba meditando absorto.
Cuando más ensimismado estaba en el sermón que debía dar más tarde ante los fieles, observó con gran asombro, que el Santo Cristo que tenía á su lado movía la cabeza produciendo singular ruido, entreabriendo luego sus labios para comunicarle con estas palabras: ¡¡ Qué olvidado me tenéis !!
Admirado y perplejo, se arrodilló ante el crucifijo implorando perdón, vertiendo lágrimas, y no dejando de rezar.
Después de desagraviar al Cristo, abandonó la habitación, refirió lo sucedido y en compañía de propios y extraños volvió al lugar del suceso, rebosando todos de alegría y de temor a la vez.
En breve las autoridades civiles y eclesiásticas decidieron el traslado de la imagen desde la morada en que se encontraba a la iglesia parroquial. Acto que se realizó con gran pompa y al que acudió toda la población.
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