Cuenta la Leyenda que el lugar donde hoy se alza el Monte Perdido, era una amplia extensión de verdes prados. Una zona con abundante hierba, agua y flores donde pastaban las ovejas de los pueblos cercanos del Sobrarbe.
Uno de los pastores era de carácter arisco y solitario. Apenas se juntaba con la gente y pasaba las horas tallando con su navaja curiosas figuras de madera. Una tarde, mientras descansaba junto al río, se acercó un hombre. Iba descalzo, sucio y pobremente vestido. Tenía una figura encorvada y el rostro demacrado por el hambre. Se dirigió al pastor y le dijo:
Uno de los pastores era de carácter arisco y solitario. Apenas se juntaba con la gente y pasaba las horas tallando con su navaja curiosas figuras de madera. Una tarde, mientras descansaba junto al río, se acercó un hombre. Iba descalzo, sucio y pobremente vestido. Tenía una figura encorvada y el rostro demacrado por el hambre. Se dirigió al pastor y le dijo:
«Llevo mucho tiempo sin probar bocado. Deme algo de comer, Dios se lo pagará».
El pastor le observó, miro para otro lado y continuó tallando una rama de boj. El mendigo insistió de nuevo, pero el pastor se mantuvo en su egoísmo. El extraño hombre desapareció e instantes después, una intensa niebla empezó a cubrir el valle. El pastor nunca había visto nada igual y asustado empezó a buscar a su rebaño, que se hallaba disperso por los prados.
Comenzó entonces una fuerte tormenta de viento y nieve. En pocos minutos todo quedó congelado y el pastor y su ganado desaparecieron para siempre. Nunca más se supo de ellos.
En este lugar, apareció una impresionante y peligrosa montaña: Monte Perdido. Los verdes prados se convirtieron en roca, nieve y hielo. De gran belleza pero imposibles para atender las necesidades del ganado.
Dicen los pastores que ese mendigo era San Antonio y que lo ocurrido fue un castigo divino al egoísmo y a la falta de solidaridad del pastor. Cuando le negó la ayuda, San Antonio le dijo al pastor:
El pastor le observó, miro para otro lado y continuó tallando una rama de boj. El mendigo insistió de nuevo, pero el pastor se mantuvo en su egoísmo. El extraño hombre desapareció e instantes después, una intensa niebla empezó a cubrir el valle. El pastor nunca había visto nada igual y asustado empezó a buscar a su rebaño, que se hallaba disperso por los prados.
Comenzó entonces una fuerte tormenta de viento y nieve. En pocos minutos todo quedó congelado y el pastor y su ganado desaparecieron para siempre. Nunca más se supo de ellos.
En este lugar, apareció una impresionante y peligrosa montaña: Monte Perdido. Los verdes prados se convirtieron en roca, nieve y hielo. De gran belleza pero imposibles para atender las necesidades del ganado.
Dicen los pastores que ese mendigo era San Antonio y que lo ocurrido fue un castigo divino al egoísmo y a la falta de solidaridad del pastor. Cuando le negó la ayuda, San Antonio le dijo al pastor:
«Te perderás por avaricioso, y allí donde te pierdas, saldrá un gran monte, inmenso, tan grande como tu falta de caridad».
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