miércoles, 16 de diciembre de 2020

Leyendas y lugares. El Valle del desterrado - Los Oscos

    
Cuentan los ancianos los Oscos, que hace mucho años habitaba en la localidad Santa Eulalia de Oscos un Señor para el que trabajaba un obediente criado. Una tarde que volvían de cazar, se encaminaban hacia la iglesia pero se les hizo tarde, y el Señor, devoto religioso él, que no quería quedarse sin escuchar la misa, ordenó a su criado que se adelantara a galope y diera orden al párroco de retrasar la misa para que el Señor pudiera llegar a la ceremonia.
    El criado obedeció, y consiguió llegar a la iglesia antes que la misa comenzara. Allí le dijo al cura que esperase a la llegada de su Señor, que tenía interés en escuchar la misa, y que no tardaría en llegar; pero el cura, al ver que todos los habitantes del Concejo de Santa Eulalia se encontraban ya esperando por la misa, decidió dar comienzo a la liturgia y no esperar a la llegada del Señor, pese a los ruegos del criado.   
Al llegar el Señor a la iglesia, todos los fieles ya estaban abandonando el recinto, pues la misa había terminado. El criado le explicó lo sucedido, y el Señor se enfureció de tal modo que ordenó al criado que matase al cura, o que de lo contrario sería el criado quien hallaría la muerte. Éste, ante viéndose en semejante tesitura, mató al cura para no morir él, pero su propio Señor le delató, y el criado fue sentenciado a morir ahorcado.
   Una extraña circunstancia salvó la vida del criado. Por aquel entonces, el título de hidalgo se concedía a aquellos habitantes que no necesitasen trabajar para nadie o comerciar con nadie. Como en Santa Eulalia de Oscos casi todas las caserías producían aquello que necesitaban para vivir, todos los habitantes del concejo, salvo nueve, eran nobles, aún sin riquezas.
    
  Y así llegó el día del ajusticiamiento, pero como los nobles no podían ser verdugos por razones de título, nadie pudo accionar la horca que ajusticiara al criado, y así hubo que cambiar la sentencia de ahorcamiento por una de destierro de por vida a un lugar en el que no se oyera “carro chirriar”, “gallo cantar” ni “campana sonar”. El sitio elegido fue más allá de la aldea de Ancandeira, situada en la senda de la Seimeira, cerca de la localidad de Bosqueimado, adonde casi nadie se atrevía a aventurarse. Allí lo confinaron, y ese valle desde entonces se conoce como el Valle del Desterrado.

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