viernes, 25 de diciembre de 2020

Leyendas y lugares. La bella Susona - Sevilla

 
  Cuenta la leyenda que en Sevilla, tras un asalto a la judería, los judíos intentaban, mediante un complot, hacerse con el control de la ciudad. Para ello también buscaron el apoyo morisco. El lugar elegido para la reunión fue la casa de Diego Susón, judío converso, cabecilla de la revuelta.
   Este banquero vivía con su hija Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como “la fermosa fembra” por razones obvias. La judía recibía tantos halagos de sus vecinos que le hizo soñar con alcanzar un puesto en la vida social de la ciudad y comenzó a verse con un caballero cristiano perteneciente a una de las más nobles familias de Sevilla.
   Una noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza, parte de la cual consistía en asesinar a los principales cargos públicos y caballeros de la ciudad. Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él para advertirlo del peligro que corría y que así este pudiese ponerse a salvo. No se dio cuenta que con ello ponía en peligro a toda la colonia judía de Sevilla.
   Su amante informó inmediatamente al asistente de la ciudad, don Diego de Merlo, quien ordenó detener a los cabecillas de la misma. Pocos días después fueron ahorcados en Tablada, donde se ejecutaba a los facinerosos, parricidas y peores criminales, cuyos cadáveres permanecían todo el año colgados, y una vez al año se recogían sus restos y se enterraban en el cementerio de ajusticiados en el Compás del Colegio de San Miguel frente a la Catedral.
  La lista de ajusticiados fue la siguiente: Diego Susón; Pedro Fernández de Venedera, mayordomo de la Catedral; Juan Fernández de Albolasya, el Perfumado, letrado y alcalde de Justicia; Manuel Saulí; Bartolomé Torralba, los hermanos Adalde y hasta veinte ricos y poderosos mercaderes, banqueros y escribanos de Sevilla, Carmona y Utrera.
   A partir de aquí termina la historia y empieza la leyenda, de la que existen dos versiones. 
  Según una de ellas, al ser repudiada por su pretendiente y por los judíos, como causante de la muerte de su propia gente, y tras caer en la cuenta de su grave error, la Susona, desesperada, busca ayuda en la Catedral, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo, obispo de Tiberíades, la bautiza y le da la absolución, aconsejándole que se retirase a hacer penitencia a un convento, como así lo hizo y permaneció allí varios años hasta tranquilizar su espíritu. Más tarde, volvió a su casa donde en lo sucesivo llevó una vida cristiana y ejemplar.
   La otra versión es diametralmente opuesta: fruto de sus amores con un obispo tuvo dos hijos y, tras ser abandonada por éste, se hizo amante de un comerciante de la ciudad.  

   A la muerte de la Susona y tras abrir su testamento, se encontró en él escrito:
“Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.

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