Cuenta una leyenda canaria de la esistencia de una isla que aparece y desaparece, la isla de San Borondón.
Su origen está en el viaje que hizo un monje irlandes de nombre Brandán. Este monje, junto con otros compañeros suyos, se montó en una frágil embarcación que se internó en el Atlántico en busca del Paraíso Terrenal. Después de muchas aventuras, llegaron a una isla en la que desembarcaron. Estaba llena de árboles y otro tipo de vegetación. Celebraron misa y de pronto la isla empezó a moverse. Se trataba de una gigantesca criatura marina.
A lo largo de la historia el nombre de la isla en la que el monje irlandés desembarcó ha sido San Barandán, San Brandán, San Blandán, hasta que en el ámbito de Canarias se denominó San Borondón. Durante la Edad Media la creencia en la existencia de esta isla perdida era tan fuerte, que se empezó a representar en los mapas. Después del descubrimiento de América se siguió representando y muchos capitanes, religiosos, escribanos, doctores, marineros… se declararon testigos oculares directos, alegando que la habían visto en el Archipiélago Canario.
Numerosas expediciones partieron de Canarias para buscar en sus alrededores a San Borondón, siguiendo las directrices de las habladurías populares. La última de las expediciones partió del puerto de Tenerife en 1721. A los dos días de la salida, una tempestad les obligó a regresar. Los isleños creían que la incapacidad para encontrarla se debía a que aparecía y desaparecía tras la niebla.
Su origen está en el viaje que hizo un monje irlandes de nombre Brandán. Este monje, junto con otros compañeros suyos, se montó en una frágil embarcación que se internó en el Atlántico en busca del Paraíso Terrenal. Después de muchas aventuras, llegaron a una isla en la que desembarcaron. Estaba llena de árboles y otro tipo de vegetación. Celebraron misa y de pronto la isla empezó a moverse. Se trataba de una gigantesca criatura marina.
A lo largo de la historia el nombre de la isla en la que el monje irlandés desembarcó ha sido San Barandán, San Brandán, San Blandán, hasta que en el ámbito de Canarias se denominó San Borondón. Durante la Edad Media la creencia en la existencia de esta isla perdida era tan fuerte, que se empezó a representar en los mapas. Después del descubrimiento de América se siguió representando y muchos capitanes, religiosos, escribanos, doctores, marineros… se declararon testigos oculares directos, alegando que la habían visto en el Archipiélago Canario.
Numerosas expediciones partieron de Canarias para buscar en sus alrededores a San Borondón, siguiendo las directrices de las habladurías populares. La última de las expediciones partió del puerto de Tenerife en 1721. A los dos días de la salida, una tempestad les obligó a regresar. Los isleños creían que la incapacidad para encontrarla se debía a que aparecía y desaparecía tras la niebla.
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