miércoles, 9 de noviembre de 2022

Parques de Madrid. El Cerro del Tío Pío


   El parque se ubica en el barrio de Numancia, en el distrito de Puente de Vallecas. Es conocido comúnmente con el nombre de parque de las Siete Tetas o también como Las Tetas de Vallecas por la forma que tienen sus colinas. Se trata de uno de los mejores lugares de la ciudad para ver atardecer y desde cualquiera de sus cerros puede verse gran parte de la ciudad.

  A principios del siglo XX la zona era conocida como el Palomar de Rivera, y en ella había algunas construcciones aisladas. Fue a partir de 1916 cuando aparece la primera vivienda en el cerro, la levantó Pío Felipe Fernández, propietario de buena parte de los terrenos. Era una casa de cuatro habitaciones que disponía de un establo, donde Felipe  alojaba su carro y mulas, ya que se dedicaba al negocio de la recogida de basuras y chatarra.  Luego fueron apareciendo  chabolas que se construían con ayuda de los vecinos en una sola noche. El terreno arcilloso facilitaba la excavación de cuevas, y el conjunto formaba un típico poblado chabolista tal como los del Pozo del Tío Raimundo o el Puente de los Tres Ojos.

En lo alto del cerro, a continuación de las chabolas, se extendían terrenos de cultivo que llegaban hasta la actual carretera de Valencia. La única vía de comunicación era la actual calle de Pío Felipe.

   Pío Felipe Hernández había nacido en Piedralaves en 1862, pero había vivido desde niño en Vallecas. Su mujer, Aniceta Budia de la Cruz, era natural de Villalba de la Sierra, pero al igual que él había vivido desde niña en Vallecas. Ambos eran muy populares y llegaron a tener calles con su nombre en la zona. 

   En 1930 varió ligeramente la denominación oficial y pasó a llamarse Colonia Pío Felipe. El nombre de Aniceta Budia aparece además al margen de las hojas del padrón como referencia del lugar. 

  Tras la Guerra Civil el número de inmigrantes provenientes de las provincias españolas fue creciendo en Vallecas. En los cincuenta fue aún más notable el incremento de población. De las 544 personas que lo habitaban en 1950, se pasó nada más y nada menos que a 4.148 en 1960.

  El Cerro se fue consolidando como un barrio marginal y adquirió una mala fama que compartía con el resto de Vallecas como típicas barriadas suburbiales. 

  Las primeras mejoras en la urbanización del barrio llegaron en 1958 con la construcción del Instituto Tajamar, perteneciente al Opus Dei, que se edificó en lo alto del barrio. 

   Las nuevas generaciones que habían nacido en el poblado tenían en la década de los 70 un buen nivel cultural, a pesar de la pobreza y de que la mayoría de sus habitantes seguían siendo obreros de la construcción o se empleaban en los peores puestos del sector terciario.

   Los jóvenes del Cerro se integraron en los movimientos vecinales surgidos en Vallecas tras la muerte de Franco, uno de cuyos objetivos prioritarios era la lucha por una vivienda digna. La Asociación de Vecinos del Cerro del Tío Pío, junto a otras asociaciones vecinales, tuvo una importante participación en la modificación en 1976 del Plan Parcial de Vallecas, por el que se facilitaba la expulsión de los habitantes de las viviendas más precarias.

Las viviendas prometidas en el Cerro no llegaron a construirse. En 1983, las competencias del Ministerio de Obras Públicas y Vivienda pasaron a la Comunidad de Madrid, el IVIMA asumió las competencias en materia de vivienda y decidió la construcción, entre otros, del Parque del Cerro del Tío Pío. Los autores de los proyectos fueron los arquitectos urbanistas Manuel Paredes Grosso, José Manuel Palao Núñez y Julián Franco López y los ingenieros Arturo Soto Cuesta y José Luis Orgaz, este último encargado además de las obras.

Las obras se iniciaron en 1985 y lo primero que se encontraron las excavadoras fueron los escombros de las chabolas. Manuel Paredes, que dirigía las obras, decidió entonces dejar estos restos para cubrirlos de tierra y hierba y ahorrar así el traslado a vertederos. Nacieron así los montículos, bautizados por los vallecanos como tetas, pero en el lugar no hay ninguna noticia que recuerden que bajo los pies de los visitantes yacen los restos de años de lucha por una vivienda digna, así como la memoria de la clase obrera madrileña de buena parte del siglo XX.

A partir de ese momento, el diseño del parque se supeditó a los montículos y a las extraordinarias vistas que pueden contemplarse desde ellos. El Mirador, en el centro, corona la cúspide. En él se encuentra el principal ornamento del parque: la escultura Triángulo real ilusorio, del gaditano Enrique Salamanca.


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