lunes, 6 de febrero de 2023

Camino Ingles. 11. Etapa. Corcubión - Fisterra.

 11. Etapa. Corcubión - Fisterra.



Distancia: 17,2 km 

Duración: 4 h  

Dificultad:  *****  2/5

Paisaje:       *****  4/5








0,0    Corcubión

3,3    Estorde 

4,7    Sardiñeiro de Abaixo

10,8  Fisterra

14     Faro de Fisterra

17,2  Fisterra


   

  Al loro




La etapa hasta Fisterra recorre un entorno variado y agradable, alternando la carretera con bosques de pinos y paseos junto a las playas; destacaremos un bonito sendero por bosque a la salida de Sardiñeiro, y el tramo de más de dos kilómetros a lo largo de la paradisíaca playa de Langosteira, donde también se puede caminar por la orilla aprovechando la franja más firme de la arena.

Bastantes peregrinos, emocionados al llegar ante el océano, no dudan en dejar la mochila en la arena y lanzarse al agua. Pero mucha atención con las playas atlánticas: las corrientes y la silenciosa marea son muy peligrosas.

Fisterra
En la oficina de información turística, sita en la plaza de la Constitución, nos entregarán la Fisterrana, un documento similar a la Compostela –pero laico y en gallego– que acredita que hemos realizado el camino desde Santiago hasta aquí, el Fin del Mundo.

Además de sus templos gastronómicos, también será interesante visitar el fuerte o castillode San Carlos, del siglo XVIII y donde hay un pequeño Museo de la Pesca, y la iglesia gótica de Santa María das Areas, de los siglos XII-XIII (pasaremos frente a ella en el camino al cabo Fisterra).

La llegada a Fisterra es la excusa perfecta para darse un homenaje comiendo una buena mariscada. En la zona destacan variedades como el longueirón (similar a la navaja, pero más largo y con valvas rectas), el lubrigante (bogavante) o el centollo, si bien el producto con más fama serían sin duda los percebes.

Pero si hay un fruto de mar que desde tiempo inmemorial simboliza el fin del peregrinaje ante el mar de Galicia, ése es la vieira, un molusco bivalvo emparentado con las ostras. En francés se las conoce como coquilles de Saint-Jacques, en latín Pecten jacobeus y en castellano veneras (en alusión a Venus, la diosa romana del amor, por su forma de vulva femenina). Las podemos degustar a la plancha, al foie, gratinadas, en tortilla, en ensalada, cortadas al estilo carpaccio… Pero sobre todo no tiréis su concha: sólo es preciso lavarla, practicar un orificio y colgarla de la mochila, reconvertida en icono o amuleto jacobeo que certificará que hemos llegado al Fin del Mundo.

Una vez llegados a Fisterra, la tradición exige seguir caminando hasta el cabo Finisterre. El cabo fue considerado hasta hace pocos siglos el Finis Terrae o Fin del Mundo, y donde –si el tiempo lo permite– podremos disfrutar de la puesta de sol sobre el océano. El trayecto supone unos 7 km entre ir y volver.

La contemplación de la puesta de sol desde el cabo Finisterre es emocionante y para algunos supone una iluminación espiritual; aún así, no olvidemos llevar una linterna o un frontal pues a la vuelta, ya de noche, necesitaremos iluminación física.

Nuestra recomendación es realizar el camino de ida hacia el cabo por la vertiente norte del promontorio (el monte do Facho), pasando junto a la playa de Mar de Fóra, ascendiendo por A Insua y su calzada empedrada, y disfrutando de vistas magníficas; el regreso a Fisterra será más fácil por el recorrido clásico de la carretera, donde disponemos de un andadero.

A mitad del trayecto, muy cerca de la carretera, podemos observar un original cementerio constituido por 14 cubos de granito orientados de cara al mar, obra del arquitecto gallego César Portela. Su diseño en 1998 levantó una gran polémica y, ante el rechazo del nuevo consistorio, nunca llegó a inaugurarse.

Faro de Finisterre

Detrás del faro, que data de mediados del siglo XIX, hay una zona de rocas que sería el mirador habitual utilizado por los peregrinos; antes de llegar veremos un mercadillo de souvenirs y artesanías, un bar y un pequeño hotel con cafetería y restaurante.

Si utilizamos la ruta que va por el monte podemos acercarnos a los restos de la ermita de San Guillerme, erigida sobre el Ara Solis, un altar de culto al sol desde la Edad del Bronce. El lugar ha estado siempre relacionado con ritos mágicos de fecundidad: hasta hace poco existía una gran piedra horizontal donde acudían los matrimonios estériles para concebir hijos, quienes debían pasar tres noches seguidas yaciendo –y copulando– sobre dicha cama de piedra, también conocida como leito do santo.

La peregrinación a diferentes Finis Terrae, aquellos puntos donde acaba la tierra, era común entre los pueblos celtas, que rendían culto al sol, a la fertilidad y a la muerte, considerada como un renacimiento, una transformación. Desde los penedos o Piedras Santas del monte do Facho, punto culminante del Finisterre gallego, podían ver cómo el sol desaparecía cada tarde sobre el océano y renacía al día siguiente, cuando sus rayos asomaban tras el monte Pindo.

Igual que los druidas celtas, muchos peregrinos medievales continuaban su periplo hasta este lugar, donde cumplían los tres rituales de purificación: bañarse en el mar, ver la puesta de sol y quemar sus ropas. Hoy los peregrinos mantienen sólo la segunda de dichas tradiciones, sentados entre las rocas ante la inmensidad del océano, mientras rememoran en silencio las vivencias que les ha ofrecido el Camino, este viaje de experiencias y conocimiento que les ha llevado hasta el Fin del Mundo.

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