
J.K.Ruiz |
Hoy el camino
discurre por una interminable hilera de prados en los que el ganado pasta ajeno
al trasiego de los caminantes. Casi sin darnos cuenta, entramos en el Concello de O Pino atravesando un laberinto de pistas y caminos que nos conducen hasta el primer punto de
control, en Salceda. Es hora de reponer fuerzas y nos decidimos a probar suerte
en un mesón que parece el paraíso de la tortilla de patatas. Las hay de muchas
variedades y con una pinta estupenda. Allí nos encontramos a los guías. Juanki
les dice que va a subirse al coche. Yo no quiero creer lo que estoy oyendo. De
todas las formas, considero que es una posibilidad que puede darse y que, si
así lo decide mi hermano, lo mejor será comer algo y salir inmediatamente,
salir a romper, a comerme esta etapa tan triste, tan desamparada.
En
esas estamos cuando, de repente , no sé muy bien cómo, el mesón ruge
con el sonido de una vieja canción de estudiantes: "Clavelitos". Una
peregrina asiática se lanza a cantar y a bailar de forma enloquecida. La gente
del mesón se pone a jalearla y a acompañarla coreando la canción. la atmósfera
del mesón hasta ese momento triste y sombría se inunda de alegría y optimismo.
Terminada la canción la china es largamente ovacionada, mientras abandona el
local. La dueña del mesón vuelve a pinchar la canción y la china vuelve a
entrar y otra vez a cantar, el mesón se viene debajo de júbilo y los ánimos
suben como el champgne.
Juanki, mi hermano peregrino, me mira largamente y, por fin, dice que continúa,
que deja atrás su intención de terminar la ruta de hoy en el coche escoba. Mi
alegría es inmensa. Reanudamos la marcha junto con Cristina y Paqui, dos
peregrinas de nuestro grupo. La compañía se agradece. El trayecto que era muy
llano se convierte en un constante subir y bajar, atravesamos masas forestales
de eucaliptus, visitamos la ermita de Santa Irene y su fuente barroca y , por
pista asfaltada, llegamos a O Pedrouzo. El camino se hace agradable ya que las
peregrinas lo son. Vamos hablando de todo un poco, como si nos conociéramos de
toda la vida.
J.K.Ruiz |
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Observo que Paqui cojea ostensiblemente mientras que Cristina parece ir bien. Nosotros, al límite, necesitaríamos uno o dos días de descanso, pero esto es algo que no podemos permitirnos.
Nos internamos en una masa forestal de eucaliptus por un fuerte repecho hasta Cimadevilla. En el alto hacemos un
descanso, estando en estos menesteres, comienza a temblar la tierra y un ruido
ensordecedor se acerca. Por la cima asoma el morro de un avión tan grande como la cabeza de un dinosaurio. Pasa tan bajo
que podemos distinguir a los pasajeros. ¡Impresionante! Estamos frente a la
pista del aeropuerto y por aquí despegan los aviones. Antes de que vengan otros,
comenzamos el descenso, encontramos un monolito que señala la entrada en el
municipio de Santiago. Nos hacemos las fotos del momento y del lugar y
emprendemos una bajada desesperada en busca de Lavacolla.
J.K.Ruiz |
Comemos todos juntos para celebrar el final de esta etapa tan dura. Voy a
hacer mención especial a una empanada de pulpo que estaba deliciosa y a la
tarta de Santiago, que se ha convertido en un icono en nuestro camino. Ahora
bien, para ser sinceros hoy sobresale la compañía sobre la comida.
Tendidos en las camas de la habitación, de forma espontánea, sin cruzar palabra
comenzamos a reír y reír sin poder parar, no sé la causa, pero era imposible
parar de reír. Tal es la risa que se me han montado unos músculos de las
costillas o qué sé yo. El dolor es intensísimo, pero eso no me impide reír y
reír. Cuando sosegamos, caemos en un sueño profundo: es la última siesta del camino.
La cena, la última cena en grupo se convierte de forma imprevista en una
fiesta, risas, bromas, fotos y más fotos. Alguien rompe a cantar los "Clavelitos"
y todos le acompañan. A esta canción siguen otras del mismo corte y se crea un
ambiente agradable y simpático cuyo recuerdo, creo que nos acompañará mucho
tiempo.
Esta cena pone broche a una aventura que comenzó en solitario, se transformó en
un grupo y termina de esta forma espléndida y memorable. Personalmente,
abrigaba ciertos recelos respecto de integrarnos en un grupo organizado, pero
gracias a estas personas magníficas, la experiencia ha sido maravillosa e irrepetible.
J.K.Ruiz |
Nos despedimos hasta el día siguiente. A algunos los veremos durante el
desayuno de mañana, pero a otros no los encontraremos hasta que lleguemos a
Santiago, cuando ya hallamos culminado nuestra pequeña hazaña.
Ha terminado la
fiesta improvisada. Ahora debemos preparar las mochilas. Hoy esta tarea
requiere más atención, pues debemos apartar lo necesario para vestirnos de
ciudadanos normales –no ya de peregrinos- para la vuelta a casa. Hacemos un último
reconocimiento al estado de las piernas, de los pies… Todo está inflamado, pero
nos repetimos que sólo quedan diez kilómetros ¿Eso qué es comparado con los
casi doscientos que llevamos?
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