domingo, 5 de mayo de 2013

Arzua - Lavacolla “DEL INFIERNO AL CIELO, POR UNA CHINA”




Hoy el móvil ha tenido que cantar varias veces porque los cuerpos se resistían a la verticalidad. Los días transcurridos desde Villafranca pesan ya mucho.
                                                                          J.K.Ruiz
   Al salir a la calle, nos llama la atención la cantidad de peregrinos que hoy pasan por el pueblo. Quizá sea porque aquí se incorpora el Camino del Norte, o quizá porque es fin de semana. Adaptamos el paso a nuestras deficientes condiciones físicas, de esta manera logramos recuperar fuerzas mientras dejamos constancia de nuestra aventura haciendo fotos.  
    Hoy el camino discurre por una interminable hilera de prados en los que el ganado pasta ajeno al trasiego de los caminantes. Casi sin darnos cuenta,  entramos en el Concello de O Pino atravesando un laberinto de pistas y caminos  que nos conducen hasta el primer punto de control, en Salceda. Es hora de reponer fuerzas y nos decidimos a probar suerte en un mesón que parece el paraíso de la tortilla de patatas. Las hay de muchas variedades y con una pinta estupenda. Allí nos encontramos a los guías. Juanki les dice que va a subirse al coche. Yo no quiero creer lo que estoy oyendo. De todas las formas, considero que es una posibilidad que puede darse y que, si así lo decide mi hermano, lo mejor será comer algo y salir inmediatamente, salir a romper, a comerme esta etapa tan triste, tan desamparada.
    En esas estamos cuando,  de repente , no sé muy bien cómo, el mesón ruge con el sonido de una vieja canción de estudiantes: "Clavelitos". Una peregrina asiática se lanza a cantar y a bailar de forma enloquecida. La gente del mesón se pone a jalearla y a acompañarla coreando la canción. la atmósfera del mesón hasta ese momento triste y sombría se inunda de alegría y optimismo. Terminada la canción la china es largamente ovacionada, mientras abandona el local. La dueña del mesón vuelve a pinchar la canción y la china vuelve a entrar y otra vez a cantar, el mesón se viene debajo de júbilo y los ánimos suben como el champgne.
                                                                                                                                                                            J.K.Ruiz
      Juanki, mi hermano peregrino, me mira largamente y, por fin, dice que continúa, que deja atrás su intención de terminar la ruta de hoy en el coche escoba. Mi alegría es inmensa. Reanudamos la marcha junto con Cristina y Paqui, dos peregrinas de nuestro grupo. La compañía se agradece. El trayecto que era muy llano se convierte en un constante subir y bajar, atravesamos masas forestales de eucaliptus, visitamos la ermita de Santa Irene y su fuente barroca y , por pista asfaltada, llegamos a O Pedrouzo. El camino se hace agradable ya que las peregrinas lo son. Vamos hablando de todo un poco, como si nos conociéramos de toda la vida.


    Observo que Paqui cojea ostensiblemente mientras que Cristina parece  ir bien.  Nosotros, al límite, necesitaríamos uno o dos días de descanso, pero esto es algo que no podemos permitirnos.
     Nos internamos en una masa forestal de eucaliptus por un fuerte repecho hasta Cimadevilla. En el alto hacemos un descanso, estando en estos menesteres, comienza a temblar la tierra y un ruido ensordecedor se acerca. Por la cima asoma el morro de un avión  tan grande  como la cabeza de un dinosaurio. Pasa tan bajo que podemos distinguir a los pasajeros. ¡Impresionante! Estamos frente a la pista del aeropuerto y por aquí despegan los aviones. Antes de que vengan otros, comenzamos el descenso, encontramos un monolito que señala la entrada en el municipio de Santiago. Nos hacemos las fotos del momento y del lugar y emprendemos una bajada desesperada en busca de Lavacolla.
                                                        J.K.Ruiz
     Como todos los días, estos últimos kilómetros se hacen esperar y nos producen un agobio insoportable. Las fuerzas están a punto de terminarse, cuando ¡por fin!  Nos hallamos ante nuestro hotel.
      Comemos todos juntos para celebrar el final de esta etapa  tan dura. Voy a hacer mención especial a una empanada de pulpo que estaba deliciosa y a la tarta de Santiago, que se ha convertido en un icono en nuestro camino. Ahora bien, para ser sinceros hoy sobresale la compañía sobre la comida. 
      Tendidos en las camas de la habitación, de forma espontánea, sin cruzar palabra comenzamos a reír y reír sin poder parar, no sé la causa, pero era imposible parar de reír. Tal es la risa que se me han  montado unos músculos de las costillas o qué sé yo. El dolor es intensísimo, pero eso no me impide reír y reír. Cuando sosegamos, caemos en un sueño profundo: es  la última siesta del camino.

     Lavacolla no tiene mucho que ver y con el fin de estirar las piernas paseamos. En el pueblo captan nuestra atención un cruceiro, la iglesia, una escultura en memoria de los presos del campo de concentración de Lavacolla, encargados de la construcción  del aeródromo. Como no hay más que ver, nos da por visitar un cementerio anejo a la iglesia. Manda narices.
      La cena, la última cena en grupo se convierte de forma imprevista en una fiesta, risas, bromas, fotos y más fotos. Alguien rompe a cantar los "Clavelitos" y todos le acompañan. A esta canción siguen otras del mismo corte y se crea un ambiente agradable y simpático cuyo recuerdo, creo que nos acompañará mucho tiempo.  
      Esta cena pone broche a una aventura que comenzó en solitario, se transformó en un grupo y termina de esta forma espléndida y memorable. Personalmente, abrigaba ciertos recelos respecto de integrarnos en un grupo organizado, pero gracias a estas personas magníficas, la experiencia ha sido maravillosa e  irrepetible.
                                                                                                                                                                              J.K.Ruiz
     Nos despedimos hasta el día siguiente. A algunos los veremos durante el desayuno de mañana, pero a otros no los encontraremos hasta que lleguemos a Santiago, cuando ya hallamos culminado nuestra pequeña hazaña.
     Ha terminado la fiesta improvisada. Ahora debemos preparar las mochilas. Hoy esta tarea requiere más atención, pues debemos apartar lo necesario para vestirnos de ciudadanos normales –no ya de peregrinos-  para la vuelta a casa.  Hacemos un último reconocimiento al estado de las piernas, de los pies… Todo está inflamado, pero nos repetimos que sólo quedan diez kilómetros ¿Eso qué es comparado con los casi doscientos que llevamos?    
     Diez kilómetros para la entrada en la meta y ¡qué meta! Nada menos que la plaza del Obradoiro: el final de muchos caminos, la culminación de un reto convertido en sueño. 
     


Fotografía: J.K.Ruiz

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