

Al salir a la calle, el aire fresco me
termina de despertar y ahuyenta las malas vibraciones con las que me he
levantado esta mañana.

En Campanilla, después
de pasar una empinada cuesta, damos la bienvenida a A Coruña y nos despedimos
de Lugo y, creemos, también de la lluvia.
A la entrada de la aldea de O Coto, de la
parroquia de Leboreiro, vivimos la experiencia de ver por primera vez un
cabazo. Según nos dicen es un artilugio muy útil para conservar el maíz.
¡Cuánto se aprende!
Continuamos caminando y entramos en un
tramo paralelo al parque empresarial de Melide.
Esto es feo y aburrido.
Dicen que en Melide hacen el mejor pulpo a feira de toda Galicia. Nos han recomendado ir a Casa Ezequiel,
así que damos unas cuantas vueltas con el objetivo de encontrar el local.
Cuando, por fin, damos con el dichoso Ezequiel nos encontramos con los guías y
compañeros lesionados que han llegado antes que nosotros. En un abrir y
cerrar de ojos tenemos al pulpo pavoneándose en la mesa. No tardamos en dar
cuenta de las dos raciones y de una botella de ribeiro. Mientras tanto han ido
llegando viejos conocidos, el chino, El ciclista, Marcelo y su gente, los de
Vinaroz. Pasado un rato tenemos que despedirnos y continuar camino, el pulpo ha
caído muy bien. Pero el vino, nos suelta la lengua y afloja las piernas.
Abandonamos esta población, punto de unión del camino francés y el camino
primitivo que viene de Oviedo. Tomamos dirección a San Martiño, visitamos la
iglesia de Sta. María de Melide, que alberga la única reja románica de Galicia.
El camino nos va envolviendo en un paisaje de cuento, eucaliptos, prados,
musgos, árboles de hoja caduca y un sol tímido que se asoma a vernos. Después
de cruzar el rio Catasol, por un paso
empedrado. Comienza un sube y baja que no acaba nunca.
Miro al horizonte con la esperanza de encontrar a lo
lejos la entrada a Arzúa, pero no se ve nada y el cansancio y la ansiedad poco
a poco se va apoderando de nosotros. Sufrimos mucho, mucho.
Comemos rápidamente y nos vamos a la habitación, la
cara de Juanki es un poema y la mía no debe ser menos. El cansancio es máximo.
Le digo a Juanki que se duche primero y después lo hago yo, pero cuando salgo
me encuentro una habitación a oscuras impregnada de olor a Reflex. La atmósfera
es tan espesa que nos e puede respirar. ¿Mi hermano? Mi hermano, roncando.
Los gemelos pétreos y los continuos calambres no me
dejan dormir, así que decido quedarme quieto intentando que no se me agarroten
los músculos. A las seis de la tarde bajamos al pueblo con un grupo de
compañeros a comprar queso y tomar unas cervezas. Esto nos ha servido para
olvidarnos de las penalidades del día.
Nos disponemos a dormir, mañana
es una etapa dura de por sí , pero con el cansancio acumulado y las lesiones
seguro que se hace durísima. Ya veremos lo que pasa.
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