Astorga - Foncebadón
El día ha comenzado con el tañir implacable de las campanas en la catedral y el cuchicheo molesto de los peregrinos madrugadores. A las ocho ya estábamos subidos al camino. Los dolorcillos van apareciendo, pero solo hasta que el cuerpo se calienta. Luego duele igual, pero no se siente.
El camino hoy ha discurrido entre retamas, jaras, romero, tomillo y multitud de florecillas de todos los colores de la paleta cromática. Los olores, no sé si podréis imaginarlos. ¿El paraíso? Bueno, no tanto, pero casi, casi.
Como vamos sobrados y gracias a la codicia de los pueblos y las gentes, hemos tenido que recorrer un extra de kilómetros para poder visitar Castrillo de los Polvazares. La verdad, valió la pena. El pueblo es precioso y más hoy que estaba desierto. Hemos saludado a Cuca que estaba empleada en los cocidos maragatos.
Al final, como siempre, ha surgido la ansiedad por terminar y entonces los metros se convierten en kilómetros. Es curioso cómo, a pesar de ser consabido, todos los días experimentamos el mismo espejismo.
La tarde en Rabanal pasa descansando entre cremas, alcohol y demás pócimas mágicas. Mañana nos espera un etapa durísima y hay que estar preparados.
Hoy he caminado mentalmente junto a toda la gente que quiero y he querido y, la verdad, algunos ratos han sido difíciles, pero el reto es firme. Llegaremos.
Un abrazo para todos vosotros, peregrinos. Buen camino.
Fotografía: J Ruiz
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