Villafranca del Bierzo - O Cebreiro
Hoy el despertar no ha sido con dianas, ni los reflejos de palacios han bañado nuestros ojos. Hoy ha tocado el despertador a las 5,30 y a las 6,30, al abrir la puerta del hotel, una brisa suave nos ha subido al camino.
Durante veintidós kilómetros hemos ido encajonados entre una carretera y un río. La naturaleza es exuberante gracias al clima benefactor de estas tierras protegidas por los montes. Poco a poco, sin apenas darnos cuenta, nos hemos adentrado en el paso natural entre la meseta y los montes galaicos. Las antiguas aduanas y los impuestos, los salteadores de caminos y los contrabandistas han sido sustituidos por restaurantes, cafeterías y albergues que ofrecen su hospitalidad a los peregrinos.
Hasta el fatídico kilómetro veintidós todo ha sido apacible, el tiempo soleado, la brisa suave, pero en ese punto y de improviso todo ha cambiado: el sol ha dejado paso a la humedad, el valle al bosque, la planicie a la pendiente...
Después de unos kilómetros interminables en los que hemos tenido que parar a reponer fuerzas con frutos secos, hemos encarado un tramo con menos vegetación. De nuevo hemos sufrido el calvario de ver el destino y no alcanzarlo nunca. Para colmo de males a un kilómetro de O´Cebreiro se desencadena una tormenta y, envueltos en ella, traspasamos la frontera con Galicia que también nos recibe con agua. Empapados hasta los huesos llegamos al tan ansiado O´Cebreiro, donde podemos saciar el hambre, secarnos y descansar de esta etapa infernal.
La tarde transcurre visitando este bonito pueblo, lleno de payozas y restaurantes que desviven para atender a los maltrechos peregrinos.
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