Cuenta la leyenda que en la visita de un estudiante de Salamanca a la ciudad de Granada tuvo un encuentro con un soldado de otra época.
Este soldado decía estar vagando durante 300 años por una maldición que le obligaba a custodiar para siempre el tesoro del rey moro Boabdil, solo permitiéndole la salida de la estancia una vez cada cien años.
El soldado informó al estudiante de la forma en que le podía ayudar para terminar con la maldición.
Se necesitaba encontrar y juntar a una joven cristiana y a un sacerdote en ayunas para leer en voz alta la letanía y así quedar liberado. Se preparó un altar para escenificar la liberación y en una estancia proxima un banquete donde no faltaba ningún manjar para celebrar la liberación del soldado maldito.
Con todo preparado, la ceremonia se inició con la entrada de la joven y el cura hasta el altar donde el estudiante comenzó a leer el conjuro.
Una ligera brisa abrio la puerta de la estancia del banquete dejando a la vista del cura todos los manjares y aquí se quebró la segunda premisa. El clérigo en mitad del conjuro, se abalanzó sobre todos las viandas preparadas para el final del conjuro.
De este modo, el cura evitó que se rompiera el hechizo, por lo que dicen las lenguas granadinas que a día de hoy sigue vagando en su estancia el Soldado Encantado de la Alhambra.
Este soldado decía estar vagando durante 300 años por una maldición que le obligaba a custodiar para siempre el tesoro del rey moro Boabdil, solo permitiéndole la salida de la estancia una vez cada cien años.
El soldado informó al estudiante de la forma en que le podía ayudar para terminar con la maldición.
Se necesitaba encontrar y juntar a una joven cristiana y a un sacerdote en ayunas para leer en voz alta la letanía y así quedar liberado. Se preparó un altar para escenificar la liberación y en una estancia proxima un banquete donde no faltaba ningún manjar para celebrar la liberación del soldado maldito.
Con todo preparado, la ceremonia se inició con la entrada de la joven y el cura hasta el altar donde el estudiante comenzó a leer el conjuro.
Una ligera brisa abrio la puerta de la estancia del banquete dejando a la vista del cura todos los manjares y aquí se quebró la segunda premisa. El clérigo en mitad del conjuro, se abalanzó sobre todos las viandas preparadas para el final del conjuro.
De este modo, el cura evitó que se rompiera el hechizo, por lo que dicen las lenguas granadinas que a día de hoy sigue vagando en su estancia el Soldado Encantado de la Alhambra.
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