Cazador de afición, solía ir de caza los domingos, en cierta ocasión cazó un lobo. Con gran trabajo lo disecó y quedó tan orgulloso de su trabajo que lo colocó junto a la puerta de su negocio, para que la gente al pasar lo viera. El lobo tenía un aspecto fiero, enseñando sus grandes colmillos, y algunos vecinos se dedicaban a meter miedo a los niños, diciéndoles que si se portaban mal el lobo de los iba a comer.
Los niños del barrio procuraban no acercarse a la puerta donde se hallaba el temible lobo. Todos menos uno que no le tenía miedo. Antes las bromas y las dudas de los demás niños, les dijo que él era mucho más fuerte que ningún lobo y se lo iba a demostrar.
Cogió un cuchillo de su casa y con sigilo hasta el taller del taxidermista. Este debía estar en algún cuarto interior del taller, ya que no se le veía desde la calle. El niño arrogante exclamó:-¿Este es el lobo que os da tanto miedo? Pues vais a ver lo que hago con él.
Sacando el cuchillo comenzó a clavárselo al lobo disecado, provocando que la piel se rasgara por varios sitios y todo el relleno de serrín se desparramase, quedando el lobo hecho un guiñapo.
De repente, el taxidermista salió del taller y, al ver su obra destrozada, le entró un ataque de ira. De un manotazo, le quitó el cuchillo al niño y sin mediar palabra se lo clavó en el pecho. El niño quedó tendido en el suelo, y el hombre, creyendo que lo había matado, huyó a la carrera.
En recuerdo de aquel hecho, para algunos leyenda, para otros un suceso real, la calle pasó a llamarse Calle del Lobo, y este fue su nombre hasta que en el siglo XX pasó a llamarse calle de Echegaray.
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