viernes, 20 de septiembre de 2013

Nunca faltaré a la cita, Señora Vendimia.

    No recuerdo desde cuando -es posible que desde el mismo día de mi nacimiento- al llegar el final del estío, aparece como un eco repetido una y mil veces, el sonido de la palabra vendimia.
      En otro tiempo, durante mi infancia esperaba con impaciencia el día en que los mayores nos decían: "Mañana hay que ir a vendimiar".  Ese día se convertía en uno de los mejores de septiembre.  Era una jornada  divertida, alegre, diferente.  Era un día campestre en el que un chico de ciudad -como yo- gozaba de la libertad a pleno sol o a plena lluvia, que de todo había. Yo observaba a mi abuelo, a mi padre, a algún que otro tío y a mis hermanos mayores cómo se afanaban sobre las cepas, corta que te corta racimos de uvas, con  prisa, como queriendo que se terminara pronto.
     Abandonada la infancia, comprendí la causa de tantas prisas, porque ahora era yo el que se afanaba y tenía prisa, ¡ya lo creo que tenía prisa! Sabía que a la semana siguiente me esperaba una buena ración de agujetas que lograrían marcar de forma indeleble a la Señora Vendimia. Tanto es así que rezaba para que ese fuera el último año que tuviera que arrimar el hombro en la tarea familiar
     Los años han ido pasando uno tras otros y la señora en cuestión nunca ha faltado a su cita  -las agujetas tampoco, por supuesto. Los sentimientos hacia la señora han ido transformándose, cambiando con el devenir del tiempo.
   Visto con distancia compruebo que la señora Vendimia es para mí como un calendario que simboliza el paso de la vida. Los niños, jugando y observando alegres y felices; los jóvenes y adultos, cortando las uvas con rapidez y los mayores ayudando a estos últimos a afrontar las tareas más pesadas. Cada año los protagonistas aparecen, desaparecen y cambian de labor reemplazándose en las faenas. Algunos desaparecen de la cadena, nunca podrán volver a cortar uvas.
     Yo, por el momento, sigo siendo una pieza del engranaje de la vendimia familiar. Todos los años, cuando inicio mi tarea, alzo la vista y contemplo la viña, con la esperanza de encontrar alrededor de las cepas a los niños que fuimos, a los jóvenes que nos precedieron, a los adultos que nos enseñaron, a los mayores a los que ayudamos...a los presentes y a los ausentes; a todos los que somos y fuimos.
       Más de una vez, al intentar enderezar la espalda, veo la imagen de mi padre y la de mi abuelo, el rostro añorado de algún amigo de entonces, observándonos sonrientes y complacidos.
      Tampoco este año faltaré a la cita. Ahora he vuelto a disfrutar del día campestre: estoy con los míos, fundido con  mis raíces. Mientras trabajo lamento no haber sabido saborear mejor los afectos y las presencias de la gente querida. Sé, definitivamente, que siempre acudiré al a la cita con Vendimia, desde un lado o desde el otro.  

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