La nueva ley reguladora de la interrupción del embarazo, o simplemente ley del aborto presentada por el ministro Gallardón, representa un retroceso considerable en las libertades conseguidas por la sociedad española. Con la actual reforma de la ley pasamos de una situación legal que no obligaba a nadie a abortar, a otra en la que se impide abortar a los ciudadanos que se vean en la necesidad de hacerlo.
Si la filosofía de la nueva ley es proteger el derecho a la vida de los fetos -entendiendo que hay vida desde el momento de la concepción- ¿cómo esta ley permite el aborto en los casos de violación? ¿Es el feto corresponsable de la violación y se le condena a muerte? ¿por qué, entonces al violador en pocos años se le pone en la calle? ¿cómo a los fetos con malformaciones se les protege para que nazcan, sea como sea, y a los pobres fetos engendrados por violadores se les desprotege totalmente? ¿Es que hay diferentes clases sociales entre los fetos? ¿Quién mide el valor de una vida? ¿Quién marca que la vida de la madre es más importante que la del feto? ¿Hay diferentes tipos de vida? ¿Hay clases sociales en las vidas?
El señor Ministro, si fuera consecuente con la supuesta filosofía de la ley, debería prohibir el aborto en todos los casos y no nadar a dos aguas: por un lado, contentar a sus votantes ultramontanos, opusianos, guerrilleros de Cristo... y por otro, darse un barniz de modernidad y de liberalismo.
Señor Gallardón, usted ya no engaña a nadie. Usted es el fiel reflejo de su partido y su partido es producto de sus raíces y sus raíces se nutren de las ideas del franquismo más recalcitrante y del catolicismo peor entendido. Y pasar, no pasa nada, pero ser, son. Y cada uno debe ir con sus ideas por delante, sin avergonzarse y sin intentar engañar a nadie.
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