jueves, 12 de noviembre de 2015

Como me gustaría equivocarme.

  El momento final ha llegado. Se terminaron los preparativos, los dimes y diretes, el culpar al contrario de la situación, el tira y no afloja, el que si yo o que si tu. 
   Ahora estamos solos ante el peligro -perdón, peor que solos-, este país está solo, ciego y sordo. 
  Por un lado, una inmensa mayoría está en babia y se siente cansado de oír hablar tanto de Cataluña. Como si el problema fuera un concurso de tele basura, piensan que, al final, la Mercedes Milá o el Jorge Javier de turno arreglarán las cosas. En el otro lado, confían en que la comunidad internacional interceda y haga doblar la rodilla al Estado Español y se produzca la independencia por arte de birle y birloque.
   Ni los unos, ni los otros  se dan cuenta -o no quieren dársela- de que estamos en un callejón sin salida, que ya no hay más allá, que estamos con los pies al borde del abismo. Lo peor de todo es que quienes nos van a dar el empujoncito final son los políticos irresponsables, inútiles, corruptos, incapaces de poner el bien público por delante de su soberbia y orgullo de gallitos de medio pelo. 
   La sociedad en la que  vivimos es  una sociedad de paños calientes, en la que casi nadie se atreve a contar las cosas tal como son, por temor a no ser políticamente correctos, por si alguien se frustra o por no haber consultado previamente al psiquiatra o al psicólogo. Parece que únicamente los chalados, los impresentables, los borrachos se atreven a ver la realidad. Yo hoy me atereveré a contar lo que veo porque lo considero  una obligación moral y porque la situación, según yo lo creo, da miedo, mucho miedo. vamos allá.
 Si los secesionistas catalanes no reconocen al Tribunal Constitucional y continúan su camino haciendo caso omiso del alto tribunal, el Gobierno central no tendrá otra salida que inhabilitar a los dirigentes autonómicos y suspender la autonomía , además de detener a los responsables secesionistas.
  Llegados a ese punto, las autoridades del país tendrán que disolver a la Policía Autonómica y dejar la seguridad ciudadana en manos de la Policía Nacional y de la Guardia Civil.    
   ¿Se dan cuenta de lo feo que se pone todo? A estas alturas de la película, pueden pasar dos cosas, una que los seguidores de los secesionistas se lancen a las calle o que permanezcan en sus casas esperando acontecimientos.
   Si asumen la situación,  pasado un tiempo y tras  durísimas negociaciones, se volverá a implantar la autonomía. Si se lanzan a la calle tendrán que ser disueltos y reprimidos por las Fuerzas de Seguridad del Estado o, en el peor de los escenarios, el ejército se verá en la obligación de poner fin al desastre. 
  En ambos supuestos quien pierde es el pueblo. Es indiferente a qué nacionalidad se pertenezca (española, catalana, o castellano-catalana)  el pueblo va a ser el único perdedor de esta sinrazón provocada por políticos metidos a salvadores de la patria, cuando no llegan ni a valer el precio del agua con que fueron bautizados.

   Yo daría lo que me pidieran con tal de equivocarme. 

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