jueves, 18 de febrero de 2016

Estatuas de Madrid - Felipe III

    La estatua ecuestre de Felipe III fue realizada en Florencia por las manos de Juan de Bolonia (Giambologna)  que hizo el vaciado en bronce y por Pedro Tacca que realizó los remates finales. La estatua se realiza por encargo del gran Duque de Florencia, Cosme de Médicis, que la ofreció como regalo al rey español.

    Para su realización, los maestros contaron como modelo un retrato del rey realizado por Pantoja de la Cruz. La obra finalizada tenía un peso superior a las cinco toneladas y media.Fue entregada a Gómez de Mora, como arquitecto Mayor de Palacio, y en un primer momento se la depositó en el jardín del Alcázar hasta enero de 1617, cuando se instaló delante del palacete de la Casa de Campo, en los jardines de El Reservado y allí permaneció para el disfrute de los monarcas sucesivos algunas centurias.

  Es el 22 de marzo de 1848, en que a propuesta de Ramón Mesonero Romanos(por aquel entonces concejal de la Villa), Isabel II mandó trasladarla al centro de la emblemática Plaza Mayor de Madrid, pues esta plaza había perdido los usos que se le dieron anteriormente como plaza de toros o lugar para la realización de Autos de fe y se le quiso dar otro aspecto colocando la estatua de Felipe III y ajardinando sus alrededores.

   Al mismo tiempo se la elevó sobre un alto pedestal de piedra; el trabajo de los bajorrelieves, escudos y lápida fue un encargo municipal al escultor Sabino de Medina y la leyenda de la lápida no se aprobará hasta enero de 1849. finalmente reza la siguiente inscripción :

«La reina doña Isabel II, a solicitud del Ayuntamiento de Madrid, mandó colocar en este sitio la estatua del señor rey don Felipe III, hijo de esta villa, que restituyó a ella la corte en 1606, y en 1619 hizo construir esta Plaza Mayor. Año de 1848».


   La impresionante escultura representa al Rey Felipe III con la cabeza descubierta, vestido con media armadura (sólo con una coraza decorada). En el pecho cuelga el collar con la Orden del Toisón de Oro y lleva en la mano derecha el bastón de mando o bengala de General, que descansa sobre la cintura, y con la izquierda sujeta las riendas del caballo de la misma forma que sujeta las riendas del estado. El caballo presenta la pata delantera izquierda levantada, dando así movilidad a la figura. En la cincha aparece la firma del escultor:
"PETRVS TACCA F. FLORENTIAE 1614".

La escultura desde entonces y hasta hoy forma parte inseparable de esta plaza de Madrid y allí ha permanecido salvo por algunos breves periodos de tiempo.

Fue en 1873, cuando proclamada la República, se la trasladó a un almacén para ocultarla del público, pues parece que este elemento representante de la Monarquía no era ya del agrado de los vecinos y para prevenir posibles desperfectos o ser causa de resquemores se prefirió darle un destino menos notorio. Y allí permaneció hasta que de nuevo se restauró la monarquía con Alfonso XII.
   Pero no duraría mucho su excarcelación porque en 1931 se proclamó la Segunda República y esta vez los manifestantes antimonárquicos hicieron fácil presa con ella destrozándola sin pudor.
    Sería posteriormente restaurada por el escultor Juan Cristóbal que la dejó como la conocemos hoy en día, pero no terminarían aquí sus aventuras pues al estallar la Guerra Civil Española, las autoridades republicanas optaron por protegerla mediante una gran obra de ingeniería para resguardarla de los bombardeos o los combates.
    Finalizó la guerra y desde entonces sigue allí, en mitad de la Plaza Mayor, presidiendo el ajetreado ir y venir de los madrileños y siendo un destacado punto de encuentro debido a su estratégica situación.

Curiosidades:

» Lo que casi nadie sabe es que aquella estatua ha sido un cementerio de pajarillos durante siglos. El caballo de Felipe III, hueco por dentro tiene la boca como única apertura al exterior y durante cientos de años se estuvo tragando a las incautas avecillas que curiosas se introducían sin poder volver a salir dada la estrechez de la salida y la largura del cuello, lo que les impedía tanto el vuelo como caminar hacia su salvación.

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Durante cientos de años se desconoció la existencia de semejante trampa mortal para gorriones. Fue en 1931, cuando al proclamarse la II República, el asentamiento antimonárquico se desató en celebraciones. El fervor patriótico llegó a tal magnitud que algunos "vándalos" empezaron a desfigurar la estatua. Un militante de izquierdas lanzó un petardo de gran potencia, por el interior de la boca del caballo, para hacer la "gracia" claro. El resultado fue que el vientre del caballo explotó y para sorpresa de todos, empezaron a llover pequeños huesecillos de pájaro, desvelando así el profundo secreto del "Cementerio de Gorriones".

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