miércoles, 24 de febrero de 2016

Yo sé dónde estaba y ¿Tú?

  Por aquel entonces yo me ganaba la vida dando clases de informática en una academia modesta. A las cuatro de la tarde de ese día, me encerraba en un aula con un grupo de veinte personas que preparaban los exámenes de operador de ordenadores para Telefónica. 
  Al ser cursos intensivos, las clases duraban cuatro horas, con descansos de cinco minutos cada hora.  De tal manera que, yo no salí del aula hasta las ocho de la tarde. 
  Mientras recorría los pasillos hasta la sala de profesores, me extrañó el silencio sepulcral que reinaba en todas las estancias de la academia. Nada de las voces y  risas habituales, ni de los rumores indefinidos que acompañaban siempre los cambios de clase. Llegué hasta la secretaría y no había nadie tampoco. La sala de profesores, desierta. 
   Una cierta inquietud me iba invadiendo, no quería preocuparme abiertamente pero estaba claro que nada de lo que ocurría a mi alrededor era normal. En medio de mi desorientación apareció por allí el director, que, con expresión de extrañeza,me preguntó: ¿Qué haces aquí? Dar clase, le contesté. ¿No te han avisado de  que han dado un golpe de estado?, Me increpó. Pues no, -volví a responder.
    No hubo más palabras, recogí mis cosas y salí del centro lo más rápido que pude con dirección a mi domicilio. La calle Bravo Murillo estaba desierta, tan solo algún coche pasaba a gran velocidad y algún que otro despistado, que como yo, no andábamos, volábamos. 
   Es asombroso todo lo que puede pasar por la cabeza de una persona en momentos de pánico. Mentalmente, traté de imaginar a donde podría ir, si el golpe se confirmaba. Al pueblo, nada de nada; aquí en Madrid podría pasar más inadvertido si alguien del pueblo se empeñaba en buscar. Mi participación en las primeras reuniones de las Juventudes Socialistas y la labor dentro de las asociaciones culturales podían pasarme factura.
   Pero lo importante era llegar a casa y saber exactamente lo que había ocurrido. Al salir del Metro de Sainz de Baranda, la calle Doctor Esquerdo se mostraba como si hubiera sido arrasada por una bomba de neutrones. Absolutamente  nadie transitaba por sus aceras. ¡Qué miedo!
   Por fin llegué a casa. Allí encontré a mi madre llorando y a mi padre intentando sin éxito calmar los ánimos.  En los ojos se le adivinaba una profunda preocupación y sus manos nerviosas lo delataban. 
   La noche transcurrió con gran tensión y mucho miedo, miedo irrefrenable, miedo a que se repitieran los antiguos paseos, los ajustes de cuentas y las tantas y tantas cosas que habían sucedido cuarenta años atrás. Nadie se atrevía a irse a dormir. 
 Como en muchas otras casas españolas, la aparición del Rey en televisión, a altas horas de la noche, templó los ánimos y nos devolvió, solo a medias, la tranquilidad.
El golpe del 23 de febrero, lo recibimos los españoles  en plena cara. Los efectos que produjo en la sociedad no desaparecerán jamas.
        

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