Resulta extraño y mágico cómo en el aire, en las nubes, se zurcen redes, que algunos llaman sociales y que permiten que gentes desconocidas, se conozcan virtualmente y compartan pensamientos, impresiones, fotografías, penas, risas, lágrimas etc. Eso sí, todo etéreo, gaseoso, en el ciberespacio.
En realidad, yo no sé ni qué es, dónde está, ni cómo es. Pero suena muy bien el ciberespacio. Si añadimos el entusiasmo, la fuerza y la convicción con que se dice, debe ser la leche.
En realidad, yo no sé ni qué es, dónde está, ni cómo es. Pero suena muy bien el ciberespacio. Si añadimos el entusiasmo, la fuerza y la convicción con que se dice, debe ser la leche.
Ahora, también hay que decir de estas redes alcahuetas te presentan a ciber personas, que conocías y conoces físicamente y con las que en el mundo real pareces tener algo en común. Sin embargo, en el ciberespacio no son nadie, no tienes nada que ver con ellas, pero nada, de nada. Son perfectos desconocidos. Algunos, incluso, hasta antipáticos y repulsivos.
El ciberespacio y las redes sociales -o antisociales- no entienden de convencionalismos, de buenas formas, de paripés, ni de vecindeo, ni de familias, ni de componendas. Eres tú ante la red y los cibernautas. Tu comportamiento, tus publicaciones, lo que comentas, lo que compartes, tus silencios, tus me gusta, no me gusta, te retratan, te dibujan y te reflejan como si de un espejo se tratara. En el mundo real ya nunca serás lo mismo, has enseñado el alma tal cual, sin saberlo, sin darte cuenta, pero lo has hecho y hecho está.
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