Desde pequeños se les animó a estudiar y a formarse académicamente. El padre de familia, Francisco Barnés, era catedrático de Historia y llegó a ser ministro de Educación durante la Segunda República, convirtiendo en laico el sistema educativo español.
Este ambiente familiar tan tolerante facilitó el hecho de que todas y cada una de las hermanas Barnés obtuvieran un título universitario. Adela hizo Químicas.
Dorotea tuvo la fortuna de poder formarse en la Residencia de Señoritas de Madrid —dirigida entonces por la educadora María de Maeztu—, donde realizó sus prácticas en el Laboratorio Foster.
Mary Louise Foster, una popular química estadounidense, se había tomado un año sabático en 1920 para dirigir el laboratorio de la residencia, el primero en España dedicado a la formación práctica de mujeres en ciencias químicas. Foster enseguida se percató de que su aventajada alumna debía continuar su formación para convertirse en algo grande. Por aquel entonces ninguna de las dos mujeres podía saber que la trayectoria profesional de la española sería tan breve.
El dinero de la primera ayuda se acabó y Dorotea debía volver a España. Mary Foster se negaba a que esto ocurriera e intercedió por la española para que consiguiera una segunda beca y así continuar su estancia en los Estados Unidos. Los informes favorables de Foster sobre la prometedora carrera de Dorotea consiguieron lo imposible: una ayuda Marion Le Roy Bourton para entrar en la prestigiosa Universidad de Yale e investigar sobre ácidos nucleicos de bacterias patógenas en el Sterling Chemistry Laboratory, bajo la supervisión del Dr. Coghill. Entrar en Yale siendo una mujer fue uno de los hitos en la vida de esta tenaz científica pues, a principios del siglo pasado, la prestigiosa universidad de Connecticut era un terreno prácticamente vetado para las mujeres. Dos años duró el periplo estadounidense de Dorotea Barnés, durante el cual también visitó las universidades de Harvard y Columbia. Dorotea paseaba emocionada por los pasillos de aquellos edificios centenarios y centelleaba por momentos.
Dorotea Barnés, química y especialista en espectroscopia, en el Phyiscalisches Institut der Technischen Hochschule de Graz (Austria), donde se realizó la fotografía en abril de 1932. Residencia de Estudiantes, Madrid. |
Tras doctorarse, trabajó un par de años como becaria de Miguel Catalán en la sección de espectroscopia del Instituto Rockefeller, que era como se conocía por aquel entonces al Instituto Nacional de Física y Química (INFQ). Catalán, consciente del potencial de su pupila, le propuso viajar a Graz (Austria), al laboratorio del Dr. Kohlrausch, para aprender la novedosa técnica de la espectroscopia Raman. Este tipo de espectroscopia, con innumerables aplicaciones en astronomía, química analítica o farmacia, toma su nombre del físico y premio Nobel indio C. V. Raman, que había descubierto el efecto del mismo nombre. La inquieta Dorotea no se lo pensó dos veces y viajó a Graz, de cuya estancia surgió una publicación en los Anales de la Sociedad Española de Física y Química en 1932, el primer artículo en lengua castellana sobre la técnica Raman.
Después de este gran logro, a nuestra química infalible no le resultó complicado conseguir la cátedra de Física y Química en un célebre centro de educación secundaria de Madrid, el Instituto Lope de Vega. Durante ese mismo año, tan fructífero en el terreno profesional, contrajo matrimonio.

Pero en 1936 todo se oscureció. El golpe de estado del general Franco y el estallido de la Guerra Civil convirtieron a todos los miembros del clan Barnés-González en refugiados políticos. Sus familiares tomaron diferentes destinos y ella, junto con su hija recién nacida y su marido, se exilió en Carcassone (Francia). Tras el final de la guerra regresó a España, siendo junto a su hermana Ángela las únicas del clan que decidieron retornar. Pero la vuelta al hogar llevaba implícita un alto precio que Dorotea se vio obligada a pagar durante el resto de su vida.
La dictadura franquista abrió expedientes a muchos maestros republicanos de la época y Dorotea no se libró de esa purga. El proceso de depuración del magisterio español por el bando sublevado le impuso una inhabilitación y jamás volvió a las aulas ni a los laboratorios. Le habían apartado para siempre de la pasión de su vida. Siendo ya nonagenaria confesó en una entrevista que su marido le había obligado a renunciar a la investigación. La historia de Dorotea Barnés no deja de ser la historia de otra vida más truncada por la beligerancia y el despotismo de los hombres.
Sus trabajos y descubrimientos aún brillan con luz propia y continuarán haciéndolo mientras recordemos su existencia.
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