jueves, 27 de septiembre de 2018

Mujeres olvidadas. Raquel Meller.



Francisca Marqués López. Raquel Meller
Francisca Marqués López, de nombre artistico Raquel Meller, nació en Tarazona el  9.de marzo de 1888 en el seno de una modesta familia que hubo de emigrar a Barcelona, trabajó como modistilla en un taller hasta que en 1906 empieza a actuar en diversos teatros de segunda fila con el nombre de La Bella Raquel, que pronto convirtió en Raquel Meller. 
Resultado de imagen de imagen de raquel meller   Frecuentemente, actuó acompañada de su hermana menor, que se hizo llamar Tina Meller, y casi siempre en espectáculos de carácter picaresco. Su belleza, sus cualidades de actriz y su afinada forma de cantar le fueron abriendo camino y, en septiembre de 1911, ya era la estrella del teatro Arnau. Muy pronto se convirtió en la principal figura del espectáculo en España y referencia constante en la prensa y en la vida cotidiana. 
   El triunfante cuplé se pudo identificar con su nombre. Sus primeros discos datan de 1912, llegando a grabar más de cuatrocientos, entre los que "El relicario" y "La violetera" se hicieron universales.
Resultado de imagen de imagen de raquel meller  El 1919 fue el año de su debut cinematográfico, "Los arlequines de seda y oro", y de su primera salida al extranjero para actuar en el Olympia parisino, así como en Londres, Buenos Aires y otros lugares de América, que la consagraron como una de las grandes artistas de su tiempo.
Resultado de imagen de imagen de raquel meller  Éxitos que propiciaron también su debut en el cine internacional. Durante la década de 1920 fue la única española con una importante presencia en la pantalla mundial, rodando películas de directores consagrados y de gran presupuesto: Rosa de Flandes (1922), Violetas imperiales (1923), que repitió en 1932 en su versión sonora, La tierra prometida (1924), Ronda de noche (1925), Nocturno (1926), Carmen (1926) y La venenosa (1928). Entre finales de 1926 y principios de 1927 rodó para la Fox cuatro cortometrajes, escenificando canciones, que constituyeron pruebas pioneras del cine sonoro. Por su parte, Charles Chaplin quiso que interpretara a Josefina de Behaurnais en la película sobre Napoleón que pensaba filmar, lo que ella no pudo aceptar por los contratos que tenía apalabrados.
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   La actuación de Raquel Meller en el Empire neoyorquino en 1926 marcó la cima de su carrera. Actuó en solitario, percibiendo 1.100 dólares por función, superando en éxito a cualquier otro artista.

En su despedida, el telón se levantó veintitrés veces y hubo que apagar las luces para que el público abandonara el recinto.  Durante estos años, Raquel vivió en Francia en los hoteles más suntuosos, adquirió un palacio en Versalles, una quinta en Villafranche-sur-Mer, un chalet en la madrileña Ciudad Lineal y alquiló un palacio en Saint Cloud. Eran residencias decoradas con los más costosos objetos, algunos procedentes de casas reales, como una sillería del Primer Imperio y numerosas obras de arte: Rodin, Carrière, Renoir, Toulouse-Lautrec, Matisse, además de Picasso, Sorolla y otros pintores españoles. Tenía un piano de laca color crema, que había sido de Mozart. Su popularidad, en una época tan profusa en estrellas, no tuvo nada que envidiar a la de Sarah Bernhardt, la Mistinguette, la Duse, Isadora Duncan o Josephine Baker. Sin lugar a dudas, ningún  cantante.

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  La Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial provocaron un cambio abrupto en su carrera.  Después de la Guerra Civil volvió a Barcelona, logrando de nuevo la popularidad con la obra teatral de José Padilla La Violetera. 

   Durante los años siguientes, poco a poco, Raquel Meller se quedó sola y medio olvidada. Poco después del estreno de las películas El último cuplé (1957) y La violetera (1958) con Sara Montiel, en donde se cantaron los éxitos de su tiempo de gloria, Raquel trató de recuperar su fama de estrella, pero fracasó, ya que nadie se acordaba de ella.

   El 26 de julio de 1962 fallecerá en el Hospital de la Cruz Roja de Barcelona acompañada de su hijo y de la presidenta del hospital, Pilar de Lacambre, gran amiga de la artista. El entierro, en el cementerio de Montjuic de Barcelona, fue multitudinario y toda la prensa se hizo eco de la sensible pérdida.


Joaquin Sorolla - 1919

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