
A los quince años Consuelo se traslada a Santander, para preparar el examen de ingreso a la Escuela Normal de Maestras.
Terminada la carrera de maestra, ejerció en Cabezón de la Sal, siendo titular en la Academia de Torre. Allí conoce a Víctor de la Serna, que era inspector de primera enseñanza, y fundador en Santander del periódico de la tarde La Región, donde Consuelo Berges publica sus primeros artículos con el seudónimo de Yasnaia Poliana, y, más tarde, en El Sol, de Madrid, La Nación de Buenos Aires y la Revista de las Españas, publicada por la Unión Ibero-Americana en Madrid. Sus puntos de vista, siempre polémicos, despiertan el interés en los intelectuales del momento, y mantiene correspondencia y amistad con Clara Campoamor, Ricardo Baeza, Eulalia Galvarriato, Concha Méndez, Azorín, José Ortega y Gasset, Rosa Chacel, Waldo Frank, Francisco Ayala, María Zambrano, Max Nordau y Rafael Cansinos Assens.
En diciembre de 1926 emigra a Arequipa, Perú, donde da clases de Gramática en una academia, colabora con artículos literarios en Las Noticias, y da conferencias donde crea cierta polémica.
En noviembre de 1928 vuela a Bolivia y Argentina; recala en Buenos Aires, donde colabora en El Diario Español, financiado por la embajada española, y cuyo embajador era Ramiro de Maeztu, que capea como puede los artículos incendiarios de Consuelo Berges contra el intento —propiciado desde su embajada— de aunar a los españoles residentes en Argentina en la Unión Patriótica del dictador Miguel Primo de Rivera.
En 1929 es nombrada directora de la revista Cantabria del Centro Montañés, y colabora con el doctor Avelino Gutiérrez en la Institución Cultural Española. Colabora también en el suplemento literario de La Nación, de Buenos Aires, dirigido por Enrique Méndez Calzada, y cuyo secretario era Guillermo de Torre, casado con Norah Borges, que forman parte de su grupo de amigos, junto a Alfonsina Storni, Concha Méndez y Salvadora Leguina.
En 1931, tras la proclamación de la República, vuelve a Europa con Concha Méndez y recala en París, donde la acoge la pintora María Blanchard, que ha sufrido una conversión al catolicismo, como su amigo Paul Claudel, e invita insistentemente a la anarquista y anticlerical Consuelo Berges a visitar iglesias y asistir a misas, por lo que ésta acaba por rehuir su trato.
En los periódicos y revistas en que colabora, defiende sus ideas libertarias y el voto femenino que propugna en el Congreso de Diputados su amiga Clara Campoamor, contra el parecer de Victoria Kent y quienes con ella pensaban que la mujer —bajo el influjo poderoso de la Iglesia— no estaba todavía en condiciones de ejercer una verdadera autonomía pública, y su voto sería mayoritariamente conservador.
"No se me alcanza en virtud de que convencimiento cabe afirmar que un hombre al recibir la luz masónica es dueño ni de mayor preparación ni de aptitud más excelente que la de la mujer"
En 1935, para eludir la censura del «bienio negro» de Lerroux y Gil-Robles, publica clandestinamente su libro Explicación de Octubre sobre la Revolución de 1934, que es difundido ampliamente en los círculos masónicos y revolucionarios.

En febrero de 1939 se une a la marea humana que huye a pie, bajo las bombas, hacia Francia. En Portbou, son retenidos más de 24 horas bajo el cielo raso, sin ropa de abrigo ni alimentos, hasta que son conducidos a Cerbère, los vacunan y los meten en un tren con destino desconocido. En Perpiñán, logra huir, pero es detenida y llevada a otro tren, que llega dos días después a la capital del departamento de la Haute-Loire, donde fue encerrada junto a más de 600 hombres, mujeres y niños, que habían huido de España, para acabar confinados en campos de concentración.

Gracias a la ayuda de su amiga Matilde Marquina y de su pariente Luis de la Serna, que se ofrecen como garantes, evita la cárcel. No obstante, no le dejan ejercer como maestra, ni escribir en la prensa, ni puede firmar con su nombre los artículos en el extranjero sin temer graves represalias, y como último recurso, para sobrevivir, se dedica a traducir del francés.
Durante muchos años vivió en el «exilio interior» por sus preferencias republicanas, y cifró su lucha en dignificar las condiciones de trabajo de los traductores, y reivindicar los derechos de autor para las traducciones. En 1955 fundó junto con la traductora hispano-china Marcela de Juan la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes.
En 1956 obtuvo el premio Fray Luis de León por la traducción de Historia de la España cristiana, de Jean Descola.
En 1982 fundó el Premio Stendhal de traducción, que, convertido en anual desde 1990, premia traducciones del francés al castellano. Sin embargo, en 1983 Berges, solicitó una beca de creación literaria al Ministerio de Cultura, como último recurso para facilitar su subsistencia económica.
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