Cuenta la leyenda que un tal Don Ares de Tudela vivía en el castillo del mismo nombre, de todos es sabido que protege Oviedo por el sur y vigila su conexión con la meseta y que fue construido en tiempos de Alfonso III, el Magno.
Pues bien, ya anciano vivía este caballero rodeado de sus siervos y su hija Irene cuando un día de tormenta se acerco al castillo un caballero moro pidiendo refugio. No queriendo faltar a su deber de la hospitalidad Don Ares acogió entre sus muros al infiel. Por supuesto Doña Irene quedo enamorada del caballero moro desde el primer momento.
Se organizó al día siguiente una cacería, aprovechando que había pasado la tormenta, y allí se fueron Don Ares y el moro, con tan mala fortuna que un gran oso pardo sorprendió al anciano dejándolo muy malherido. Lo llevaron sus sirvientes rápidamente al castillo donde poco más pudo hacer que confesarse y hacer prometer a su hija que nunca renunciaría a Cristo ni abandonaría el castillo. Muriendo poco después el anciano caballero.
No tardó la hija en confesar al moro su amor por él y, viéndose correspondida, no tardo en romper su promesa pues decidieron abandonar el castillo esa misma noche. Para evitar miradas indiscretas se dirigieron a un pasadizo que dicen conecta el castillo con la orilla del Nalón. Pero algo raro sucedió.
un extraño fuego rodeo a los amantes que apretaron paso para intentar escapar de las llamas. Horrorizados contemplaron como a la salida del túnel se erguía la fantasmagórica figura de Don Ares de Tudela.
Nunca nadie volvió a ver a los amantes con vida.
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