La Mallorquina es una firma señera de Madrid, icono de La Puerta del Sol, han pasado 125 años desde que abriera sus puertas en 1894.
La historia de la Mallorquina va unida a la de la capital, fueron tres mallorquines- Balaguer, Coll y Ripoll- quienes fundaron el establecimiento. Primero se establecieron en la calle Jacometrezo, para después comprar el local centenario de la Puerta del Sol a Antonio Garín, que regentaba un café y salón.
Los orígenes mallorquines de los primeros años se hacían notar en algunos productos como las ensaimadas, sobrasadas y fiambres, en conservas de calidad o en el jamón dulce servido con huevo hilado. Pronto el establecimiento cobró vida con animadas tertulias en donde se servia café, chocolate o incluso cerveza.
El local pasó a ser un local elegante y refinado con un servicio de camareros vestidos de frac que hablaban en francés y servían helados en exquisitos platos de cristal en forma de concha rematados con un bollo mallorquín.
El local pasó a ser un local elegante y refinado con un servicio de camareros vestidos de frac que hablaban en francés y servían helados en exquisitos platos de cristal en forma de concha rematados con un bollo mallorquín.
Confiteros de primer nivel, como Teodoro Bardají, pasaron por su obrador donde rezumaban harinas, huevos o azúcar.
Todo ello en un ambiente de clientes ilustres, desde poetas, escritores, políticos o miembros de la Casa Real.
La Mallorquina ha sido testigo de la historia de nuestro país, que afectó al día a día en el obrador. Sin embargo, su esencia no pudieron sepultar.
Lejos de arredrarse después de la guerra civil, dos familias, los Quiroga y los Gallo, abrieron las puertas selladas y devolvieron la vitalidad a la firma. No sin esfuerzo, porque en los primeros años escaseaban las materias primas básicas como el azúcar, la harina, o el carbón para el horno.
En 1960 se reformó el local para dejarlo muy parecido a cómo se encuentra hoy. En esta fecha se colocaron los reconocidos veintidós escalones que suben de la primera planta al Salón de Té donde tuvieron lugar tantas tertulias culturales y políticas. También se diseñó la marquesina de granito y el rótulo de hierro con luz de neón a modo de firma. La reforma de escaparates, vitrinas y mostradores fueron el continente que arropó la elección de la mejor plantilla posible, profesionales del dulce y del trato humano y selecto.
La vida de la Mallorquina del siglo XXI, regentada por la tercera generación de las familias Quiroga y Gallo, mantiene su esencia. La pastelería ha recibido diversas distinciones por su labor, de la Cámara de Comercio, del Ayuntamiento de Madrid o la Medalla 2 de Mayo de la Comunidad de Madrid, entre otros.
En medio de la bulliciosa Puerta del Sol, La Mallorquina es el único establecimiento del siglo XIX que permanece hoy en día activo con su función original.
La Mallorquina mantiene la tradición pastelera en Madrid, siendo parte de la cultura dulce de la ciudad sin perder su seña de identidad.
La Mallorquina mantiene la tradición pastelera en Madrid, siendo parte de la cultura dulce de la ciudad sin perder su seña de identidad.
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