Cuenta la leyenda que hace muchísimos años moraba en uno de los montes cercanos a Ribadavia, un famoso asceta que atendía el culto de una pequeña ermita. Dicen que pasaba el tiempo entre rezos y penitencias, ayunos y sacrificios. Era muy estimado por cuantos le conocían y, como sabían de las dificultades que el santo varón tenía para su subsistencia, a veces le llevaban alimentos, a la vez que buscaban sus consejos y bendiciones.
Se llamaba Pedro y se decía que era hijo de unos campesinos; pero lo cierto es que de virtud y doctrina sabía más que el señor cura de la parroquia y hasta se susurraba que había hecho algunos milagros.
Un día, Pedro el ermitaño se sintió enfermo; fue en una tarde de otoño, cuando las hojas de los árboles amarilleaban y el sol se ocultaba entre reflejos dorados.
-¡Bendito sea Dios!-se dijo-. Parece que Él me llama a sí. Soy ya muy viejo y alguna vez ha de acabarse la vida del hombre.
Y resignadamente se sentó a la puerta de la ermita. Pero acertó a pasar por allí un joven pastor que conducía un rebaño de ovejas y , al verle tan caído le preguntó si necesitaba alguna cosa.
-Me encuentro mal –respondió el santo-; pero Dios dispondrá lo que ha de ser.
-Señor –dijo el joven-, yo voy camino de la aldea con estos carneros y cuando los haya dejado volveré con un médico.
Y se fue aligerando el paso del rebaño que corrió monte abajo. Volvió ya de noche el pastor acompañado del médico, quien después de examinar a Pedro le dijo que tomara un cocimiento de unas hierbas que había llevado, que se arropara bien y se acostara. El mismo joven le preparó la tisana y le cubrió con una manta que traía. Después los dos se marcharon dejando a Pedro tranquilo aún tcontinuaba con una tos seca de oveja, que se fue calmando hasta quedarse dormido.
Desde entonces el pastor siempre procuraba pasar por la ermita y hacer un poco de compañía al señor Pedro, por lo cual éste se había encariñado con el rapaz, y le iba instruyendo y predicando la bondad.
En Ribadavia había una callejuela muy antigua y en uno de los extremos de ellas existía una casa medio derruida en la cual vivía un viejo tabernero que tenía una hija llamada Aurora que era, como su mismo nombre, una bella aurora de mujer. Pero esta joven en aquel ambiente tabernario había recibido no muy santas enseñanzas volviéndose caprichosa al sentirse admirada y solicitada por muchos muchachos que deseaban obtener sus amores.
Aurora sentía predilección por un mozo, que algunas veces acudía a la taberna para hacer algunas pequeñas compras. Aquel mozo parecía no darse cuenta de la impresión que su presencia producía en la tabernera lo que a ella la desesperaba y enardecía.
Por fin después de muchos intentos que Aurora hizo para despertar el interés y el deseo del joven, ya que no el amor, el dijo un día:
-¡Estoy enamorada de ti! Mírame, ¿no soy guapa? ¿no me quieres?
-Si, eres guapa –respondió él- pero eres diabólica…, serías mi perdición- y se fue apresuradamente.
Aurora se sintió humillada y herida en su amor propio y juró vengarse,. Y cuando otra vez volvió el muchacho a comprar un poco de sal y de azúcar, después de servírselo, y como estaban solos, le echó los brazos al cuello y lo besó, mientras le metía en el bolsillo alguna cosa de que él no pudo apercibirse.
Y como él se apartó de ella bruscamente y huyó encolerizada la muchacha salió tras de él, gritando:
-¡Al ladrón , al ladrón, detenedle!…- mientras le tiraba piedras.
El mozo corría y pronto le persiguieron algunas gentes. Otras mujeres del pueblo y mozalbetes le lanzaron también pedruscos; pronto el mozo fue derribado y muerto sin que muchos de sus perseguidores pudieran saber por qué. Pero en el zurrón que llevaba el infeliz se encontró el cáliz de la iglesia que había sido robado. Robado por Aurora para vengarse del desprecio.
Se supo después que aquel mozo era el pastor que visitaba al ermitaño del monte y le llevaba algunas provisiones. Y el santo Pedro lloró la muerte de su joven amigo y tuvo también su momento de dolor y de coraje y el primer mal pensamiento en su vida ascética y humilde.
Y se dice que el santo iba conduciendo los secretos canales del agua caliente de las Burgas hacia Rivadavia; pero ante aquella cruel acción de los que habían matado a un inocente, huyó para Ourense y allí hizo fluir las hirvientes y famosas “Burgas”.
Después dice la leyenda, extendió sobre las aguas del Miño su raída capa y, poniéndose sobre ella, se dejó ir con la corriente.
En Tui existía en la catedral un letrero que decía: “Aquí nació y se enterró San Pedro González Telmo.”
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