Había vivido siempre pendiente de su trabajo, y nunca tuvo otra preocupación; no se había casado y ni tan siquiera se había fijado en ninguna mujer. Pero como caprichoso es el destino, un buen día vio a una bellísima muchacha pasar por delante de su forja, de la que quedo completamente enamorado.

Incluso llegó a regalarle una carísima joya con el dinero que llevaba ahorrando durante toda su vida, no por este tipo de regalos o insistencias la bella joven se dejaba conquistar. Ella lo rechazó en múltiples ocasiones, pero el herrero seguía insistiendo.
Hasta que un día, el herrero no pudo más y rapto a la joven. Ella le lloró y suplicó que la permitiera asistir a misa todos los domingos, puesto que era muy devota. El herrero, enamorado perdido de la bella joven e incapaz de negarle nada, accedió.
Un domingo, mientras el herrero estaba en uno de sus descansos en la forja, se le apareció una meiga, encapuchada con viejas ropas, sucia y con unas pintas aterradoras. Esta le advirtió, diciéndole que pronto moriría y que su novia encontraría a alguien a quien amar de verdad y se casaría con él.

Hoy en día se conserva la iglesia con dicha puerta tapiada.
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