¡Nápoles millonaria!
de Eduardo de Filippo
Del 24 de febrero al 28 de marzo
Dice el gran filósofo italiano Giorgio Agamben que los napolitanos son unos especialistas en mantener las cosas rotas unidas. Mantener una familia rota unida, un barrio, una comunidad, un país, un continente. De esto y más nos habla Eduardo de Filippo en una obra escrita y estrenada al acabar la segunda guerra mundial.
Nápoles, 1942, una ciudad como tantas otras en donde también se libra la guerra entre la dignidad y la miseria. ¿Quién en condiciones de supervivencia tan duras no se deja persuadir por la miseria material y moral? ¿Cómo se puede sostener y soportar una vida siempre amenazada por el fascismo, los bombardeos, el hambre, la pobreza, la enfermedad, la carestía de lo más primario? Y todo ello como en un momento de vitalidad desesperada y amor hacia la vida, dentro de la tragedia inherente a la existencia en tiempos de guerra, de posguerra, de epidemias. Una exaltación del juego, la poesía, el humor. La ética personal personificada en Genaro-Eduardo. Como todos los grandes cómicos han sabido, la escasez material es el guion de la verdadera comedia.
En el homenaje póstumo a Eduardo, Strehler, otro grande, dijo que la obra de Eduardo es un homenaje a la ejemplaridad de las personas sencillas, normales, que con sus actos señalan la dirección de las buenas costumbres democráticas.
Antonio Simón
¡Nápoles millonaria!, una de las mejores creaciones de Eduardo de Filippo; y un referente de la dramaturgia europea del siglo XX, es una obra sobre la necesidad de recuperar los valores humanos. En ella se habla de hechos muy concretos: la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Nápoles y los Jovine, una familia de clase trabajadora; pero todo cuanto ocurre es atemporal y universal. Toda guerra es un período de sombra. Uno solo piensa en la supervivencia, en sí mismo y en sus propios objetivos. El otro no cuenta. Cuando eso ocurre, hay que detenerse, reflexionar, hacer examen de conciencia e intentar recomenzar y sanar errores y heridas. "Tiene que pasar la noche" son las célebres palabras con las que se concluye la obra. Para Eduardo, solo "hacer el bien" salva al ser humano. Todos estamos en el mismo barco; y, antes o después -nadie sabe cuándo-, precisaremos de la ayuda de los otros. Eduardo no deja de ser, en su comicidad y su tragedia, un humanista laico. Busca, en medio de la oscuridad, el perdón, la esperanza y la luz... Busca la redención y la paz; porque, como bien dice: "La guerra no ha terminado".
Juan Asperilla
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