En el centro de Madrid, cerca de la Puerta del Sol, se encuentra la pequeña calle de Latoneros, entre la de Toledo y la plaza de Puerta Cerrada, a espaldas de la Plaza Mayor.
Hoy no hay movimiento alguno que recuerde el antiguo obrar de veloneros y latoneros que “tenían por patrón al mártir San Lorenzo, cuya imagen se veneraba en la antigua parroquia de San Miguel de los Octoes, y luego en la iglesia de San Justo, que ahora se llama pontificia de San Miguel”.
Hay rastro de tempranas viviendas decimonónicas, como las de los números 1 y 2, en cuyos montantes enverjados todavía puede leerse la fecha de su construcción, 1837 y 1833, respectivamente, teniendo entrelazadas las iniciales de sus antiguos propietarios.
El comercio más antiguo de esta calle, es la tienda de confecciones de Manuel Hernández Arcos, especializado en ropa de labor y vestir. El local en sí, de grandes dimensiones, sustentado por columnas de fundición y amplios escaparates, conserva todo el sabor de las antiguas tiendas.
Existe la tradición de que en un taller de esta calle trabajaba aquel latonero de quien el conde-duque de Olivares habló a Felipe IV, ponderando su facilidad para hablar en verso. El rey-poeta le recibió, saludándole con un octosílabo, queriendo probar la destreza del menestral para la improvisación:
– «Dícenme que vertéis perlas»
Y el latonero, recobrándose prontamente de la impresión de verse en el presencia del rey contestó:
» Si, señor: más son de cobre,
y como las vierte un pobre, nadie se baja a cogerlas»
En lo cual haría muy bien la gente, porque si eran de cobre, ya no eran perlas, sino una especie de perdigones, que no merecían la pena de que nadie se inclinara hasta el suelo para hacer su recolección.
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