Hace muchísimos siglos, cuando los señores de los bosques vivían entre nosotros y se dejaban ver de vez en cuando, cuentan, que en la cueva de Muski moraba uno de ellos. Allí, acumulaba grandes cantidades de trigo cultivado en las cimas circundantes.
En las tierras bajas, por el contrario, vivían cristianos que pasaban muchas calamidades al no poder cultivar trigo, ya que desconocían la semilla.
En cierta ocasión Sanmartintxiki subió a la cueva de Muski calzando unas grandes abarcas; y viendo las montañas de trigo, apostó con Bajajuan, el señor del bosque, a ver quien saltaba más por encima del trigo.
El señor saltó la pila de trigo con facilidad; Sanmartintxiki, por el contrario, cayó en medio del trigo, ¡pero llenó las abarcas de semillas!
Posteriormente, cuando Sanmartintxiki se dirigía ya hacia casa, el señor del bosque se dio cuenta de la acción de Sanmartintxiki y le lanzó una pequeña hacha, pero no acertó. El hacha pequeña se clavó en el tronco de un castaño de Olasagasti.
Los cristianos, a pesar de contar con la semilla no sabían cuándo cultivarla; un día, Sanmartintxiki vio de lejos al rey del bosque y se escondió tras una roca, escuchando como decía entre carcajadas:
¡Ja jaaaa! Si lo supieran, lo harían:
Sale la hoja, siembra el maíz.
Cae la hoja, siembra el trigo.
Y en San Lorenzo, siembra el nabo.
Y así fue como se expandió el cultivo de trigo por los pueblos vecinos.
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